La relectura

La relectura es un rescate de aprendizajes semiocultos bajo la nebulosa de la imprecisión. Para algunos más que para otros. Todo dependerá del impacto de la prosa. Muchos seguidores casi fanáticos de autores muy concretos conocen al dedillo sus respectivas obras completas. Ora por vocación estilística, ora por necesidades de estudio en profundidad, ora por ambas inclinaciones a la misma vez. En cualquier caso la relectura supone un placer asegurado porque solemos acudir de nuevo a las estancias que ya nos provocaron algún tipo de bienestar incluso intelectual. Los lectores de casta y cuerpo entero, conforme cumplen años y consumen libros, reducen su curiosidad ante las novedades literarias. Prefieren las hojuelas del subrayado cualitativo a la miel del panel desconocido. Relectura no entraña forzosamente revisión de punta a cabo sino sencillamente elección de la parte de un todo. También revivir etapas determinadas, instantes fugaces, olores y calores de cuando entonces.

Cela apresaba con sus garras de oso manso el puñado de volúmenes que tenía al alcance de su consulta: la perennidad de los clásicos. Miguel Delibes practicaba tres cuartos de lo propio. El lector necesita bucear en los océanos de la diversidad para finalmente hallar los tesoros definitivos de su querencia. Los escritores predilectos podrán surgir de buenas a primeras o dejarse querer durante demasiado tiempo. De manera que no parece desaconsejable la voracidad lectora en los jóvenes o no tan jóvenes. Nunca será tarde para demandar la evasión entre metáforas y argumento. En el bosque del conocimiento siempre existe el árbol del hallazgo. Por lo común quien se considera dado a los libros no disminuye su apego a un único creador. Menos todavía si pretende adiestrar el noble empeño de la escritura publicada. Porque la coctelera sabrá a un producto ya reconocido de antemano. Y las malas copias, si nos llegan en excesivo descaro, resuenan pobretonas y hasta crédulamente sospechosas.

La relectura nace a menudo de la casualidad: la ocasional búsqueda de un dato provoca la recreación del disfrute. La solicitud de recorrer espacios ya transitados no sabríamos tampoco precisar cuándo. El paraíso de los gozos estables presto a nuestra voluntaria acudida. La relectura no obliga a la recordación. Para muchos releer es como leer de primeras. La biblioteca personal condesa el álbum de fotografías sin imágenes que siluetea la propia autobiografía. Entre mis autores de culto no descansan precisamente los clásicos. Quiere decirse que no enumero a los clásicos como nombres preferentes. Descarte que va a las claras en mi perjuicio. O no del todo si atendemos las consideraciones de Italo Calvino sobre la definición de los clásicos: “Es clásico lo que tiende a relegar la actualidad a la categoría de ruido de fondo, pero al mismo tiempo no puede prescindir de ese ruido de fondo (…) Es clásico lo que persiste como ruido de fondo incluso allí donde la actualidad más incompatible se impone (…) Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él (…) Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos”. El clásico es igualmente relectura. Comencé este post pretendiendo asentar mi penúltima experiencia como relector. Y en el ejercicio se ha diluido la concreción. Como el agua de entre las manos.

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