Nada sucede contra natura

Ni los hermanos HH –tan en boga a mediados de la década prodigiosa- ni la hermana San Sulpicio. Ni los hermanos Matamoros ni las hermanas Gilda. Aquí –a tiempo presente, en ipso facto y a escape de las silvas del aburrimiento- quienes mandan y comandan la tremolina del dios Cronos son los hermanos de las cofradías. Hermanos de sangre y hermanos de luz. Hermanos en la Fe y hermanos por la Gracia de Dios. Nadie se llame a espanto: la Cuaresma pertenece –urbi et orbi- a los hermanos capillitas, a los hermanos de nuestras gloriosas tradiciones cofradieras, a los hermanos que –cachazudamente, heroicamente, premiosamente- de nuevo se niegan el pan y la sal de las horas de asueto para dedicárselas por completo a los preparativos del tiempo de vísperas.

Ni videojuegos, ni letras en molde, ni películas de media noche, ni charlas a través del Messenger, ni distracciones que ahorman la sociedad de confort. Los cofrades, trazada la cruz en la frente del Miércoles de Ceniza, sobrepasada la significación del polvo eres y en polvo te convertirás, comienza la andadura antónima del principio del fin. Todo se desanda en la moviola de la nostalgia. Todo se regresa en la cinta fílmica de los fotogramas de la memoria. Todo se circunscribe a la andadora retrospectiva de la melancolía de años de infancia entre tulipas desempolvadas y olor a cuarto de mayordomía.

Ni los hermanos Dalton ni las siete novias para los siete hermanos. Hoy laboran –a la sordina, a la chita callando, sigilosamente- los hermanos de las corporaciones potencialmente nazarenas. Esos penitentes hieráticos que ahora –desprovistos del hábito penitencial- montan –al sesgo de la madrugada- los pasos de misterio, los techos de palio, los altares de insignias, los planillos del cortejo.

Niñez recuperada, época entre corchetes, magisterio a la antigua usanza, paraíso jamás perdido del jardín de flores de los memoriales de nuestra alegría. La universidad de una cruz que recita al dedillo la enciclopedia Espasa en acepciones de rito (teoría y realidad) del mundo –viejo, sabio, renovador- de las cofradías. La antesala de la fiesta: esto es, la antecámara del repeluco del costillar de las emociones ya inmarchitables. Iglesias bajo la penumbra de las tantas de la noche. Un mayordomo que espacia sus cometidos. Chavales limpiando plata. Camareras prestas a la plancha del manto de camarín. Floristas rizando el rizo de un ramo que huele a homenaje divino.

Nada sucede contra natura. Todo brota del árbol de la vida eterna. Porque eterna es la fragancia del azahar que acaba de germinar del sereno busilis de la calle Corredera. Porque eterna es la ambrosía de las esquinas del aire de los nervios de marzo. Porque eterna –Padre Nuestro que avanzas de costero a costero encima de las canastillas- es tu Misericordia.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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