Una Cruz de Guía en la calle Medina

La multitud se agolpa en una tremolina de nervios de tarde de Miércoles Santo. Ya has dejado atrás –in icto oculi, en un abrir y cerrar de ojos- la fugacidad de los días precedentes, el ensamble de lo efímero, el engranaje de la brevedad del gozo, la primera parte de la Semana Santa.

Miércoles Santo de un año cualquiera. Olor a viñedo y pipas saladas. Sol de justicia para la injusticia de Cristo flagelado. Alacridad de presagios con sones de cornetas.

Miércoles Santo de un atisbo, de una retrospección, de una vuelta a nuestros orígenes. Pisas el ecuador de los días pasionales allá donde un azulejo de la Virgen Madre, de la Mujer Madura, entrecorta los barrotes de la cancela de los Descalzos. Como en un concluso puzzle a lo divino.

La tarde se hace, se reconvierte y se transfigura como por ensalmo de un tiempo antiguo. Y la muchedumbre coincide en las aceras de la calle Medina según aquel seguro azar, según aquella segura casualidad, que poéticamente cantara Pedro Salinas: nos aglomeramos sin llamarnos y sin ponernos de acuerdo. Así sucede de nuevo.

Todos juntos atisbando el horizonte de una lontananza con fulgores de cofradía clásica: la máxima del azul cielo y del blanco… blanco clavel.

Es Miércoles Santo y te sacude a las bravas la entronización de tus viejos recuerdos. Blanquiazul sonsonete de algarabía de niños que estrenan ilusión de túnicas penitentes.

Ortodoxo pronunciamiento de los códigos secretos de las razones del corazón. Porque pronto los portones de la gracia abrirán de par en par la cuadratura de la salida –nunca angosta, nunca estrecha- de un cortejo pródigo en elegancia estética, en cánones cofradieros, en prestancia trabada de ritmo y cadencia.

Un cortejo cohesionado de altas canastillas y de lágrimas pálidas. De tramos simétricos, de gente de entonces de González Byass, de apellidos que se repiten de generación en generación.

Blanquiazul hervidero de expectaciones avivadas por la busilis, por el ringorrango, por la complacencia de la primavera.

Es Miércoles Santo y el compás sonoro de la nostalgia nos devuelve –en un sorpresivo gesto de exquisitez- las estampas añejas y hoy renovadas de la Hermandad de la Amargura surcando sus primeros metros por entre la marea humana de un Jerez que aguarda –expectante, caudaloso, trémulo, invertebrado y fragante- la puesta en calle de la cofradía.

El impasse de tu atención se detiene en la puntualidad de un tictac con agujas de terciopelo.

Chirrían los goznes del portalón.

Recuerdas entonces aquellos Miércoles Santo de tu infancia, cuando la Semana Santa sabía a piruleta de fresa y el incienso se te antojaba como el mismo perfume de Dios.

Cuando los zapatos Gorila aguantaban los trechos de correcaminos de tu ansiedad por desbrozar los minutos de un reloj siempre a contracorriente. Cuando saltabas de la mudez en negro de los nazarenos de las Tres Caídas al verso de capa blanca de los hermanos de la Amargura.

Todo vuelve a suceder en el almanaque de la memoria. Y ahora ya ves los perfiles de una cruz que es también cartel de Semana Santa. Y el agrupamiento de los sentimientos que es también Agrupación Fotográfica.

Acaba de salir la cofradía y la Cruz de Guía se hace recorte, silueta, extracción plástica, mensaje de cuatro puntas, cruce de luz y aire, señal del cristiano revestido de tradición.

Un captador y catador del instante consagra –a golpe de objetivo, al ajuste del zoom, al socaire de la inspiración, al abrigo de su musa artística, al albur del trípode-, consagra –decía- y también inmortaliza la simetría del momento. Responde el fotógrafo al nombre de Alejandro González Ruiz.

Esta Cruz de Guía –anidando sobre los soportes del ayer inmediato- me explica cuanto nadie oye.

Esta Cruz de Guía –todo un sesudo ensayo filosófico de la Fe del pueblo- me grita cuanto nadie atisba.

Esta Cruz de Guía –parábola fascinante del germen del milagro penitencial, alfa de plata con volutas de presagios, símbolo incandescente de la moviola del pasado-, esta Cruz de Guía, sí, me susurra las narraciones secretas de aquellos hombres que ahora forman parte activa de la Hermandad –no de penitencia- sino de Gloria de la ídem misma.

Esta Cruz de Guía me confiesa que, tras de sí, aún visten la túnica de la Amargura Pepe Gómez, Gonzalo Baquero, Pedro Simón Rodríguez Martínez, Luis Sola López-Cepero, Julio Lorente, Juan Pedro Bernal del Blanco, los dos Juan Luis… Y un fecundo etcétera enmarcado en la esquela de la eternidad.

Esta Cruz de Guía coloca en las esquinas de las azoteas, en las briznas de un suspiro, en los filamentos del alba, el altavoz privilegiado de sus más cenitales pregoneros. Y escuchamos otra vez el conjuntivo juego de voces de la oratoria de los Francisco Garrido Arcas, José Luis Zarzana Palma, Juan Pedro Cosano Alarcón, Francisco Montero Galvache, Enrique Víctor de Mora Quirós, Manuel Garrido Arcas…

Gargantas que entonan el miserere literario de los estribillos de Villamarta.

Esta Cruz de Guía –antesala del repeluco del costillar de una evocación en blanco y negro- desglosa todo un rosario de estampas, de postales, de tarjetas gráficas que ahora se expanden sobre la mesa presidencial de la Sala Capitular de este censo de cofrades con nombres propios.

En unas aparece José Blas Moreno montando los pasos o Faiguel haciendo lo propio con los besamanos.

En otra Pepe Martínez Campaña caligrafiando el listado de hermanos en el Libro de Miembros.

Asimismo Manuel Martínez Arce rellenando la solicitud de ingreso cuando la década de los cincuenta entronizaba pasos de palio en color sepia.

También Ana María Salas –pañuelo a su merced, ejemplaridad en ristre- limpiando los dedos de la Virgen en su solemne Besamanos. O Paco Yesa mandando a los hombres de abajo con la prestancia de quien se sabe cartabón de la arquitectura costalera.

O Pepe Galán quebrando los encajes del rostrillo al arrullo de los silencios de la noche.

O Paco Antonio García Romero y Eugenio Vega Geán revistiendo el hábito nazareno en una complicidad digna de la Academia de los Memoriales de nuestras Gloriosas Tradiciones Cofradieras.

O Calata metiendo hombros bajo el dulce yugo de la trabajadera.

O la familia Orellana renovando los Dogmas de la Santa Madre Iglesia en la Solemne Función Principal de Instituto.

O los Olmedo –¡venga de frente!- certificando el golpe seco y definitivo del llamador.

La multitud se agolpa en una tremolina de nervios de tarde de Miércoles Santo. Ya has dejado atrás –in icto oculi, en un abrir y cerrar de ojos- la fugacidad de los días precedentes, el ensamble de lo efímero, el engranaje de la brevedad del gozo, la primera parte de la Semana Santa.

Un fotógrafo ha captado la emoción del momento. Lo ha hecho aguantando la trasera de todos sus cinco sentidos. La Cruz de Guía de la Amargura ya está en la calle.

Quizá algún día alcance la dignidad de cartel de Semana Santa y sea presentada, bajo la férula de la Banda de Música Zoilo Ruiz Mateos en los medios y en los predios de la Iglesia de los Descalzos. Así sea.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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