Nino Bravo: ¿Lejos de aquí?
La memoria adopta su pigmea estatura frente a la vigencia indestructible del legado musical de Nino Bravo. El olvido, tan en boga según la libre interpretación del espíritu nacional, no ha colocado tachas –ni borrones ni cuentas nuevas- sobre el papel de aquel cantante de voz inigualable fatídicamente muerto con las botas puestas y las manos agarradas al volante del infortunio. Ayer, en mi espacio radiofónico Café de París, dediqué trono y homenaje al memorando artístico de quien –andando los años setenta- destacara sobremanera por su portento canoro, elegancia escénica y letras provenientes de los hondones del amor y el desamor. Nino Bravo, el Sinatra hispano, es Palabra de Dios, tabla de ley, fuerza de los abismos y catadura de conmoción de la sensibilidad colectiva. El devenir del tiempo ha fraguado la síntesis del mito. Canciones como Cartas amarillas sobreviven a la conciencia laxa, a los solsticios de verano y a las sórdidas proclamas de la globalización rampante. Los teatros españoles estrenan un musical concebido a su memoria. Vuelve Nino Bravo por sus fueros. Me revisto de impaciencia: acudir a este reclamo significará revivir el calambre no vivido de un artista capaz de remover los cimientos del alma. Había destilaciones de perfeccionismo en su impronta. Melodías de exaltación a la vida. Un lenitivo, un tónico, un bálsamo de pentagramas y una modulación de milagrosa garganta. Poeta que viaja en tren de cercanías. Murió provisto de ligero equipaje –un beso, una flor, un te quiero, una sonrisa y un adiós- en el punto cero del claroscuro. En efecto, querido Nino, tú mismo nos lo anticipaste: Más allá del mar habrá un lugar donde el sol brille mejor. Donde brille diferente. Donde brille más. Lejos de aquí.