Ni pude ni quise faltar a la cita: rima y talento en el concierto de Javier Ruibal

Estimados oyentes de la Cadena COPE: No pude faltar a la cita. No quise faltar a las recreaciones del desamor. No debía faltar a la anticipada pesquisa de una guitarra que siembra sintonías de otros vértices, de otros vórtices, de otros códices. Mi cantautor predilecto ofrecía rima y talento en esta ciudad de largos silencios. Con motivo de la Feria del Libro y con lenitivo palpitar.

Loli Barroso, nuestra concejala de Cultura, tuvo la pronta iniciativa y la presta diligencia de invitarme. Ella conocía mi admiración por Javier Ruibal. Porque quizás me leyera alguna discontinua reseña periodística. Quizá porque visitase –como fósforo de imprevista candela- los escondrijos de mi blog. Quizá porque alguna vez –bravamente- soltase yo un vislumbre de seguimiento, una tolvanera de loas, un partidismo categórico por el autor de LA FLOR DE ESTAMBUL.

Pisé el solar de la Sala Compañía, saludé a propios y extraños, anduve a tientas por la alfombra de lo venidero y senté mis posaderas al cobijo de la media luz. El concierto supuso un nuevo signo de progresía. No surgió el tornadizo empeño de cubrir el expediente con una presencia de habitas contadas. Javier Ruibal no es de papamoscas, de medias verdades o de gato por liebre. Lo suyo siempre germinó de los hondones de la pureza artística, del costillar de la poesía cantada, de la impúdica confesión de lo reiteradamente intransferible.

Su lenguaje renace sideral, exótico, africano, intrépido y original. Narra historias que, a vuela pluma, adoptan la textura de lo sentimentalmente intercambiable. Allí concurrimos público de toda especie. Sobre todo humana. En este mundo de aves rapaces, de boquitas carroñeras y pajarracos de mal agüero, todas las personas congregadas en la Sala Compañía éramos –en nuestra torva singularidad- rara avis, seres al margen de las masas, punto y aparte.

Que nos quiten lo bailado aquella noche de italianas acariciando un piano de sal y susurro. Jugamos a una sola carta: la que añadía un as a la escalera de color de un hombre pregonando las excelencias del amor. Y solicitando –sin encomendarse ni a Dios ni al diablo- una balsámica copita de vino dulce. Y la tuvo y, en puridad, la retuvo. Después del primer trago la garganta afinó pentagramas de ensueño, metáforas crujientes, guiños fonéticos, versos de semicorcheas. Javier Ruibal no mueve multitudes pero sí conmueve a quienes nos consideramos gananciales exponentes de la inmensa minoría. No me siento ni de derechas ni de izquierdas sino de las siglas –ya digo- de la siempre honrada minoría. Y mientras sí y mientas no, continuemos (por nuestra cuenta y riesgo) pescando atunes en el paraíso.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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