¿Actores en ciernes?

Las Escuelas de Arte Dramático deberían tomar cartas en el asunto. Los jóvenes aspirantes hispanos -¿actores en ciernes?, ¿intérpretes vocacionales?, ¿animales escénicos?- sueñan con el limbo de un papelillo impudoroso en series tan absurdamente carnales como Física o Química. Las ingentes pandillas de muchachitos/as ultramodernos van de consagrados actores/actrices por las vacuas razones de unos abdominales cuadriculados o unos pechos sueltos al aire de su exhibición. Como si lucir palmito, impostar cuatro diálogos maquinales y refundir una cara de pucherito sirviera para ganarse con laureles el noble título de actor. Nuestros guionistas –tan ahítos de originalidad y tan faltos de creatividad- emborronan folios solapados de niñaterío. De adolescencia promiscua, de verdor libidinoso. Y no se me confunda el lector cayendo en una anticipada alevosía: me tengo por un mentor de la libertad, por un buscador de utopías, por un orífice de la independencia ajena (y, por descontado, propia). Pero la autonomía del cuerpo y la monomanía de las sinopsis de nuestras series de televisión no son toda una. No habrían de serlo al cabo. Pero en esa indivisa línea argumental andamos. O mal andamos. Nunca la modernidad ha quedado tergiversadamente desplazada por una burda concepción de la liberación juvenil. Basta con echar una ojeada a la parrilla de programación de los rayos catódicos que truenan bajo las tormentosas –y onerosas y ojerosas- novedades televisivas. Como sentenciara Goya –el pintor del atosigante ruido de grillos acotando su capacidad auditiva-: España se hunde. Para la nova o novísima hornada de actores patrios no existe otra metodología que la desnudez de las partes pudendas. En efecto: sin tetas no hay paraíso de la fama nacional. No me extraña el desasosiego que empuja a estos comediantes troquelados en serie: conocen al dedillo las astronómicas subvenciones que el cine español recibe del Gobierno de la Nación. De modo que la presa y la prisa sí avanzan al alimón. Un par de despelotes, dos estratagemas para trepas incontestables y tres compadreos de idéntica lid ideológica y… ya tiene el mozalbete o la ninfa de turno su lugar en la hueste de los falsos actores del gremio de los nuestros. La ciencia -¡oh, manida fraseología atemporal!- avanza que es una barbaridad. Pero no así el pulso y la púa de los jóvenes candidatos a la escena de una carrera plagada –y no plegada- de éxitos. Si este post estuviera diseñado por la garra de oso de Camilo José Cela, enseguida saltaría a la blancura del folio otra sentencia mítica: ¡Hay que poner coto a estos desmanes! O alguna otra variante literaria de semejante cariz. Como prosigamos confundiendo la gimnasia con la magnesia, como mezclemos el trasero con las cuatro témporas, entonces pasarán siglos antes de recuperar actorazos de la categoría de los José Bódalo, Carlos Larrañaga, Álvaro de Luna, Juan Diego, Paco Rabal, Alfredo Landa, Fernando Rey…

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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