Charlando con María José Santiago
Ayer noche estuve con María José Santiago, una mujer por la que no pasa el trallazo de los años. Se conserva como en algodones de formol. Mantiene un halo de permanente vivacidad en el rostro. La persistencia de la juventud –de una mocedad con rasgos de madurez- invierte el proceso natural de cualquier ciclo vital para refrendarnos en una reinvención de la edad femenina. María José Santiago –que habla como a punto de tatarear la carita divina del Jesús del castizo villancico- está instalada dentro de los parámetros de la serena felicidad. Lo cual no es disyuntiva del otro jueves. Apenas parpadea porque sus ojos aspiran a la apertura y a la abertura de una mirada ancha, redondeada, expansiva. Transmite nunca en demasía a través de su retina. María José Santiago me contó que está estudiando la carrera de piano. Al margen de su música, sus canciones y sus discos, María José se ha sentado delante del piano. Por devoción y por prevención. “Quizá algún día me veáis en Villamarta ofreciendo un concierto de piano”, me apuntó entre risas. María José Santiago es de baja estatura física y de alta envergadura psicológica. Contagia un dúctil dominio de la factibilidad de su propia biografía. El calor la traía a matar. A ella, tan rebosante de vida.