Dominus Boviscum

Dominus Boviscum, hermanos, colegas, radioescuchas, oidores del soniquete de este semanal Café de París. Si, Dominus Boviscum, Dios sea con vosotros. Pero no el dios a la carta del pensamiento dominante. No el dios de la tendencia macarra de una modernidad tostada en la barbacoa del simplismo candente. Yo aludo al Dios de la vida, al Dios de los bien nacidos, al Dios de la natividad que por hecho y no cohecho pertenece a toda criatura fecundada bajo la férula de su misma creación.

La falta de pudor ya no conoce el territorio comanche de sus honrosas excepciones. E incluso los actores de los traspatios de la cultura andan ahora metidos hasta las trancas con el vil –que no viril- tejemaneje del aborto. Es lástima que hagamos propaganda de baratija desde las tribunas potencialmente imparciales del séptimo arte o del burdo mitin político enmascarado de acto literario…

Ahora sí que nos reflejamos en los espejos deformantes del callejón del Gato. Del gato por liebre de la barbaridad expedida y expelida por los fantasmagóricos actores de esta tragicomedia española que mata anticipadamente a los niños en potencia. ¿Renglones torcidos del Señor de los Cielos? Por supuesto que no: más bien párrafos emborronados de dislates según las entradas del blog de la ministra Bibiana Aído.

Los intelectuales –en efecto- han de manifestarse sin apostasías y sin felonías. El conocimiento de causa es la causa del conocimiento que arroja luz sobre la cerrazón y la sinrazón humana. Y la matanza de Herodes del siglo XXI descuelga todos los fundamentos del cosmos del amor. Siempre habrá una segunda oportunidad para quien fue concebido a la ligera por imprudencia, inmadurez o irreflexión.

Los censores de las letras del franquismo han renovado su especie en los censores de los natalicios del socialismo. Censura para los padres que no tienen por qué conocer ni reconocer la decisión de su hija de dieciséis años cuando la tromba de los chubascos adolescentes se cierne sobre un embarazo de golpe y porrazo.

En craso error incurren los escritores, los actores, los pintores, los creativos, los músicos si no afinan sus voces en la escala de valores de unos intereses nunca creados, nunca personalizados, nunca fanatizados. Quienes empuñan el arma de una pluma, de un micrófono, de una escena a sus pies… han de actuar en consecuencia y en consonancia con el respeto a la vida del prójimo. Aunque ese prójimo todavía no haya rebasado los nueve meses de corazón latiente.

Editorial del espacio cultural de la Cadena COPE 'Café de París'

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