Hospital, Urgencias, sala de espera, lentitud y desesperación

Me cuentan el atasco humano encastillado (¡y encasillado!) el pasado viernes en el Hospital de Jerez. Una efervescencia de personas heridas se agolpó bajo el (inexistente) alivio de Urgencias. Paradójica aceptación de la lexicografía. Chiste patético del palabro. Urgencias que, en puridad, derivaría en empastelada lentitud, en asfixiante paroxismo de la sinrazón. Horas muertas sin apresuramiento de las curas. Un señor entrado en años, magullado, media cara echada abajo, la desfiguración del accidente, del incidente, diseñada a lo largo y ancho del lado izquierdo del rostro. El abuelote –como un tronco de bondad tronchado sobre el apremio de sus contusiones- alcanzó las dependencias de Urgencias poco antes del mediodía. A las tantas de la tarde todavía aguardaba –ya desconcertado e inútil- la espera de su turno, la inmanencia del algodón, la atención médica. Contra todo pronóstico regresó sobre sus pasos –aburrido y genuinamente rebelde- abandonando sin aspavientos (pero ¿incomprendido?/¿desatendido?) la entonces multitudinaria sala de espera. ¿De espera? Recubierto de más paciencia que el santo Job, mantuvo un sepulcral silencio durante horas. Hasta que rechinó como una llanta sin llanto. Los titulares de la prensa me dictan la reducción de camas mientras la canícula explaye su esplendor estival. Otro verano sin espacio para enfermos. De nuevo la demanda creciente y la instalación menguante. La sanidad hace aguas en su sistema de acople social. Parece la alegoría de otra pesadilla reincidente. Una corporación de jerezanos malheridos se congregó en Urgencias liberalizando sus derechos de respuesta sanitaria. Obstaculización, aguante nocivo… Calcado despropósito: una chiquilla aquejada de altísima fiebre… optó por tres cuartos de lo propio. Abandonar, desesperada, la sillería fría e impersonal de la antesala de la curación. Paciencia y a barajar. Y Zapatero haciendo la vista gorda driblando los comecomes de la demagogia de baratija…

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