La herramienta menos localizable de nuestras hermandades

Las Hermandades celebran estos días sus correspondientes Cabildos de Cuentas. O, lo que traducido al argot interno del lenguaje cofradiero, el Cabildo de Cierre de Curso. Los que andamos metidos hasta la coronilla en las alacenas internas del mundillo semenansantero sabemos a ciencia cierta que, pese a tratarse los balances económicos, estas asambleas suelen registrar el menor número de asistentes de las propias de su naturaleza. Y fíjese el lector que los dineros son los dineros. Pero la idiosincrasia del cofrade pondera semejante serial de paradójicas contradicciones. El universo de la Semana Santa constituye todo un esplendor de repelucos difícilmente igualables. Si los analizamos a niveles particulares, entonces obtendríamos un diagnóstico plagado de maravillosas pequeñeces (por utilizar una terminología tan distintiva de mi admirado padre Luis Coloma). Pero, a veces, como movimiento de conjunto, como concordato colectivo, como pretoriana compostura pública fuera de los siete mágicos días pasionales, hacemos aguas por todas las rendijas, las ranuras y los rebajos existentes (e incluso inexistentes: somos unos malabaristas al punto de incendiar problemáticas, escandaleras y trampantojos donde sólo anidan motivos de debate, posibilidad de decisión o mera disyuntiva). Los cofrades, no todos, no la práctica totalidad, no la mayoría, caen en las redes del surrealismo difuso –que no confuso- de las líneas divisorias marcadamente estrambóticas. El otro día hablábamos –ensimismados en una agradabilísima tertulia a medias improvisada- de las sinrazones del cofrade al uso. A cada gesto sin pies ni cabeza –singularmente no sólo los públicos sino también los publicados- necesitaríamos los enunciados de un rosario de mentís que al menos neutralizaran determinados rumores con latidos de auténticos despropósitos. Me da la ligera sensación de que el movimiento cofrade se mueve por ciclos. Pero no por etapas del calendario a las claras estructuradas por meses. Sino por épocas más amplias históricamente hablando. Por modas, por modos, por codos (que empujan) y por codas (que empajan). Y cuanto admitíamos como esencial hace dos años, ahora escuchamos –alelados, estupefactos, anonadados- el discurso frontalmente contrario proveniente de la misma voz, del mismo hombre, del mismo nombre. He llegado a una conclusión ya inamovible: el cofrade entero y verdadero es aquel que actúa conforme a sus propios ideales (pero unos ideales basados en la constancia de la asistencia y de la perseverancia –constructiva, fraternal, creativa- laborando y asistiendo al pulso vital de la Hermandad de sus amores). Esta divisa exige no cambiar el tono de la opinión según convenga y según soplen los vientos de la novelería. Aunque tamaña lealtad conlleve el etiquetado de lo políticamente incorrecto o inclusive el anticipado anuncio de un puñadito de enemistades más o menos volanderas. Obrar en consecuencia -¡y en honestidad con nosotros mismos y con aquello que venimos proclamando por activa y por pasiva!- requiere de la valentía del compromiso. Aunque, ojo, para tal menester sea imprescindible el manejo y el dominio de una de las herramientas fundamentales menos localizables, empero, dentro de la amplísima gama humana de las cofradías: tener criterio propio.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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