Literatura, Club de las Letras y un espejo irrompible

La literatura –como la fe, como los propósitos de enmienda, como el decálogo de valores del yo intransferible- mueve montañas. Francisco Umbral –nuestro dandi hispano de fluyente y confluyente prosa en requiebros metafóricos- nos dejó dicho que la escritura no postula la verdad del mundo: sencilla y francamente la potencia. En efecto: la potencia, la promueve y promulga, la contrasta por exceso y por defecto, la entroniza como postulado desprovisto de ningún ardid semántico. Hete ahí el quid de la cuestión, el subrayado con enérgico trazo de carboncillo, la congénita identidad de la función literaria: suscribir en negros sobre blanco todo cuanto, instalándose supremamente sobre la dermis de la realidad, exige la interpretación o la reinterpretación de una mirada capaz de ver más allá de lo puramente visible. No por razones de narcicismo inveterado, sino por las superlativas analogías de la captación personalizada. La letra –recordémoslo sin aspavientos- con sangre entra. Y con brotes de confesionalidad sale. La literatura, en efecto, suele estar colgada en la pared de nuestra propia introspección y de nuestra misma retrospección. Como un espejo de cristal irrompible.

Toda esta suerte de conceptos –tanto lingüísticos como, tal pregonara el poeta, “fieramente humanos”- han sido tenidos muy en cuenta por el cualitativo, homogéneo, polifacético, cohesionado y preclaro grupo de amantes del nobilísimo arte de la escritura y de la balsámica dádiva de la lectura que, agrupados bajo el identificador título de Club de las Letras de la Universidad de Cádiz, no cesan en su luminoso empeño de abrir veredas, aunar criterios, unificar análisis, compartir pálpitos, colonizar territorios insospechados de una obra literaria sensu stricto, extender urbi et orbi las excelencias argumentales de determinadas novedades novelescas y no noveleras, salpicar y salpimentar de tertulia y crítica (constructiva, compartida, aprendida y aprehendida) los foros del más cenital intercambio intelectual.

El Club de las Letras de la Universidad de Cádiz no es grupúsculo asociativo de tres al cuarto. En su base, en su arquitrabe, en su busilis cultural, en su soldadura académica, en su engranaje participativo existe la sustancialidad de una de las tendencias menos asibles y preponderantes de la sociedad de hogaño: amor por el hecho lingüístico así como una fundada y fundamentada raigambre de otro valor en peligroso proceso de extinción: el manejo del criterio propio, del conocimiento de causa y de una ética y estética alteza de miras.

Pues bien: el Club de las Letras de la Universidad de Cádiz ha presentado en Jerez, concretamente en la sede de la Escuela de Hostelería, el número 0 de cuanto debiera catalogarse apriorísticamente como una plataforma de incentivación, promulgación, motivación y sustanciación literaria: la revista Speculum. Regresamos, originariamente, a la nada trivial razón de ser del espejo. Pero de un espejo de cristal de brillo que no deforma los directos reflejos de la cotidianidad como así reflectaran los célebres de la no menos celebérrima obra de Ramón María del Valle-Inclán. El espejo que paradigmáticamente presentan los integrantes de este Club no desdibuja imágenes ni distorsiona contornos. Porque es cristal de papel, nido de entrelazos, acudidero de alquimias (textuales, espirituales e incluso afectivas), sendero unidireccional, apoteosis de progresía, zurcido sin roturas, matraca de elegancia, taller de redacción, maestría de corrección, punto de encuentro.

La Escuela de Hostelería ha acogido este acto consagratorio: la fiesta de las letras también precisa a menudo del respaldo de las multitudes. Y precisamente multitud –que no muchedumbre- acompañó, protegió y abrazó el nacimiento de una publicación a la que, de entrada y de entradilla, auguramos larga y fructífera vida. Sus hacedores no manejan la temporalidad –la irregular periodicidad- de la inconstancia como divisa, sino muy al contrario, constituyen un grupo de intelectuales serios, tenaces, sensatos y, mayormente, contrastados de currículo y renombre. Verbigracia el mentor, el animador, el impulsor y el director de esta cofradía de escritores con fundamento y de lectores con predicamento: José Antonio Hernández Guerrero.

José Antonio Hernández Guerrero –entrañable catedrático, agudo articulista de prensa, hombre de afabilidad y magnanimidad ilimitada- nos explica a las claras la génesis intencional, el propósito primigenio, la idea primera de Speculum: “Con la incontrolable timidez de quienes se disponen a descubrir por primera vez las vibraciones íntimas que, en sus cuerpos y en sus espíritus, despiertan esos episodios cotidianos que de manera enmarañada se suceden en el correr de nuestros días, nos hemos atrevido a situarnos ante este espejo traslúcido y, sin duda alguna, empañado por el calor húmedo de nuestro aliento. Tras seis intensos años de intercomunicación oral, los miembros de este Club de Letras nos aventuramos a dejar constancia de nuestros irreprimibles afanes por alimentar el crecimiento de nuestra sensibilidad estética y por estimular el desarrollo de nuestra conciencia ética y por alentar la progresión de la solidaridad humana”.

“Partimos del supuesto –añade José Antonio Hernández- de que la literatura es una lectura profunda de la vida y de que la vida, si la vivimos de una manera intensa, más consciente, más plena y más humana, constituye una manera de hacer literatura. Creemos que la literatura cumple su función saludable cuando se impregna de esa realidad compleja, cambiante y polivalente que es la vida humana. La base y el horizonte, el punto de partida y la meta de nuestros textos convergen en nuestro propósito explícito de averiguar el sentido de la vida y de investigar el significado de la existencia humana. Por eso nos esforzamos por escuchar, en el fondo de los textos las irreprimibles ganas de vivir y el clamor sordo de la exasperación que nos cuestiona el sentido último de este "circo", de esta "farsa" o de este "juego" de procedimientos: ¿es la literatura -nos preguntamos- una broma o, por el contrario, es un desafío?”.

El Club de las Letras de la Universidad de Cádiz cree a pies juntillas en el sentimiento de la literatura, en la literatura como generadora de sentimientos, en la sensibilidad de la argamasa que construye un idioma en marcha, en el énfasis del acento individualizado, en el idealismo nómada de todo párrafo que siempre regresa al campo de visión de nuestra mirada: “Ponemos especial énfasis –nos explica Hernández Guerrero- en el hecho de que la literatura, además de estudiada y disfrutada, puede ser sentida, experimentada y vivida. La vida tiene sentido para quienes toman su existencia en sus propias manos, para quienes hacen de ella, de algún modo, una obra literaria o, en general, una creación artística, en vez de abandonarse a sus ocupaciones vanas o fútiles. No dudamos que la vida se trasforma por la acción de las palabras ni que las palabras adquieren sus significados cuando conectan con la vida. Vamos a ver si somos capaces de lograr que el ritmo y la rima de nuestros versos transparenten la música dulce o amarga de nuestros zigzagueantes recorridos vitales”.

No albergamos ningún ápice de duda. No regateamos opciones a la contra. Speculum nace vigorosa de traza y heteróclita de significado. Plural y democrática. Ilustrada e ilustrativa. El movimiento se demuestra andando. Y los componentes del Club de las Letras de la Universidad de Cádiz avanzan (a paso de gigantes) mil leguas a cada golpe de tertulia, con la grandeza y con la certeza de un libro debajo del brazo. Ya así lo certifica un reconocible proverbio hindú: “Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora”.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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