Quien avisa…

Si nos hablan de la saga de películas que agrupadas –o, por mejor decir, cogidas con alfileres, puntillas y tornillos ensangrentados- bajo el título genérico de Saw, advertiremos a bote pronto unas secuencias escudriñadas según el vapuleo del más explícito cine gore. Todavía recuerdo cómo tuve que hacer de tripas corazón mientras sufría una de las entregas de tan escatológica propuesta fílmica. La carnaza y la carnicería latente en la gran pantalla saltarían a mis adentros como traslación irremediable e irredenta. Me pegué a la butaca con el papel adhesivo de la mera sugestión. También sentí cómo mis huesos quebraban al cien por cien en un derroche de imágenes demasiado dañinas para la capacidad de resistencia de la sensibilidad de cualquier hijo de vecino. Precisamente este vocablo -el de la sensibilidad- saldría zarandeado como un proyectil de incalculables repercusiones emocionales. Este pasado fin de semana, entre playa y playa, nos escapamos poniendo pies en polvorosa hacia la hora golfa de la sesión cinematográfica. Y estampo aquí aviso para navegantes: la película La última casa a la izquierda, además de un remake y de un producto no recomendado (¡ni por asomo!) para menores de dieciocho años, contiene escenas muy hirientes: la estabilidad (moral y sentimental) del espectador caerá hecha trizas. Esta obra sostiene no pocos giros de previsibilidad (la reacción final del hijo del grupo de violentos) o, si me permiten el órdago, la sospechosa y de seguro discutible validez de aquellos códigos no escritos que a veces recomienda tomarnos la justicia por nuestra mano. Por lo demás el producto es discretamente correcto: el ritmo secuencial mantiene cierta agilidad y las interpretaciones aprueban con notable alto. Como complemento a tanta nariz rota, a tanta cirugía de primeros planos y a tanta sangre a borbotones, tampoco descartamos como impacto desagradable la filmación de la agresión sexual –violación en toda regla- que sufre la protagonista (o una de las protagonistas) de La última casa a la izquierda. No crean que se toparán de bruces con una cinta de terror al uso. Y quien avisa –ya saben- no es traidor.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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