Una manopla sobre el Monte de Venus

Si por algún denominador común venía definiéndose las últimas sentadas delante de la gran pantalla –léase (a vuestro libre albedrío) salas oscuras o multicines-, la respuesta aterriza pronto sobre las pistas del producto manufacturado, de la celosía que ninguna sorpresa envuelve, de las películas más o menos asimilables pero nunca extraordinarias, descomunales en cuanto a la movilización del disfrute de los espectadores. Yo suelo apostar por la sensación que nos invade tan pronto abandonamos la sala de cine. Y muy en contadas ocasiones responde a la sacudida de un contento interior calificable como zarandeo de la conciencia, como ajetreo de la carcajada, como vapuleo del asombro.

En la industria del séptimo arte están influyendo últimamente una serie de circunstancias -¿mejor las definimos como accidentes peripatéticos?- cuyos antecedentes y cuyos corolarios dependen directamente del báculo del compadreo, del dulcísono azucarillo de las subvenciones interesadas, del aturullamiento de la incapacidad de los guionistas inapetentes (toda obra de arte precisa de hacedores con hambre de creatividad), del astro y del austro del intelecto, de la futesa siempre acechante de la vanagloria y de una sarta de futilidades colaterales que en nada benefician a la riqueza composicional, a la potencia narrativa y al despliegue imaginativo de las películas.

Por deformación profesional mantengo la sana costumbre de anotar mis primeras impresiones a propósito cualquier película que haya visionado bien en cine bien en televisión bien en formato DVD. Repaso a ojo de buen cubero las últimas extraídas de la cartelera y, a excepción de honrosas excepciones, la mayor parte derivan hacia el naufragio de la mediocridad. En DVD el asunto cambia tangencialmente. Porque servidor elige según determinados criterios que, al menos, evitan el patinazo de irredimibles consecuencias. Ya he recomendado desde la pública escritura de este blog seriales de televisión como Los gozos y las sombras, Goya, Proceso a Mariana Pineda, La Barraca o Cañas y barro. Acudan a Urende, Hipercor, Pryca o Media Markt –perdón por la espontánea publicidad- y comprobarán de primera mano la ganga de los precios de estos interesantísimos packs que además contienen extras alusivas a la verdadera Memoria Histórica, esto es, a los programas culturales de televisión de nuestra infancia presentados por Terenci MoixMás estrellas que en el cielo- o Pablo LizcanoAutorretrato-. Pero dejémoslo estar: la fotoluminiscencia de mi devoción por estos espacios de calidad encontrarán antes que después acomodo en las signas y las consignas de este Diario Inconfeso.

Metodicemos. Concreticemos. Vayamos al grano para meternos sin mayores dilaciones en harina. Este pasado viernes noche –después de acudir a la presentación del libro de Antonio Romero y Miguel Díaz La Costa Nostra: Las mafias en la Costa del Sol y de una posterior opípara cena en la Escuela de Hostelería- acudí al reclamo de la cinemanía. Me apetecía la hora golfa de una velada de fotogramas. A mayor abundamiento estaba llamándome en lontananza Sandra Bullock, actriz por la que profeso profundas y profusas veneraciones. Su siempre penúltimo filme brillaba como un lucero en la incipiente madrugada del sábado. La proposición –titulo de la cinta- sería (no por merma de las demás películas sino por méritos propios, por bagaje curricular de su protagonista) la sinopsis elegida.

¿Por qué diantres traigo a colación La proposición? ¿Por qué desgloso el exordio de esta introductoria declaración de intenciones? Pues lisa y llanamente porque disfruté de lo lindo durante el metraje. A The proposal podemos achacarle la manufacturación de algunos manidos amaneramientos técnicos propios de las comedias románticas en boga: verbigracia su previsibilidad, su desinflada densidad amatoria o su ¿sospechosa? semejanza con la historia narrada en la exitosa Matrimonio de conveniencia y sus ágiles y frugales y frutales actores Gérard Depardieu y Andie MacDowell. Pero ninguno de estos pretextos mengua la belleza plástica, la subyugante fotografía, la acogedora puesta en escena y la amabilidad de los gags de La proposición. Amén…

Amén, claro está, de la presencia de Sandra Bullock. La actriz acalla todas las proclamas en su contra que a tontas y a ciegas la sepultaban anticipadamente como una artista apagada de antiguas famas. Tergiversada aseveración rayana a la osadía. La Bullock atrasa sine die su ocaso. Posee cuerda para rato. Su dominio del género y su natural desenvoltura en el registro cómico –la parcela más meritoria para todo intérprete que se precie- la aúpan y la catapultan como una artista. Y subrayo el género de la comedia porque sus facultades dramáticas están ya fuera de debates, parlamentos o apasionadas charletas.

La proposicion es una comedia divertida. Y no caigo en el epíteto ni en la redundancia porque últimamente el género nos ofrece muermos, somníferos y duermevelas de tomo y lomo. En La propuesta no decae el ritmo de las secuencias ni el hilo conductor de la argumentación de fondo. Y ni siquiera se nos antoja explícita, burda ni ajada ni trillada la escena del desnudo de la actriz. La diferencia entre la desnudez como vomitiva cochambre de la vulgaridad (y entiéndase por vulgaridad la utilización del cuerpo como tosco reclamo de las retinas babosas y de los labios de baba colgante) y la elegancia de un erotismo cómplice podríamos ubicarla en el tratamiento del desnudo de Sandra Bullock. No es lo mismo mostrarse en cueros con repelente y atragantado descaro en plena escenificación que hacer lo propio utilizando los brazos para cubrir de recato los pechos y de manopla el Monte de Venus. Mucho tendrían que aprender determinados cineastas españoles –¿por ejemplo Vicente Aranda y Bigas Luna?- en la diferenciación de la carne femenina y del exquisito erotismo con nombre de mujer.

Os traslado mi propuesta. No es mal síntoma la apropiación de un rato de asueto que nos corresponde por derecho propio. El cine coadyuva, coopera y contribuye con los espejuelos y las antiparras de la visión otra: estamos llamados a la reinterpretación constante de la realidad. Nuestra existencia es una lente de diferentes ángulos. A veces el cine nos coloca en la privilegiada rinconada de la risa como terapia de la inteligencia.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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