Caballero Bonald y Julio Manuel de la Rosa poetizan las esencias sanluqueñas

Publicado en ABC, La Voz de Cádiz y La Voz de Jerez

La manzanilla ha servido en cierta medida de símbolo unitario de los vinos andaluces. Su protagonismo en ferias, colmaos, verbenas y demás festejos populares ha auspiciado una amplísima representación del vino sanluqueño por excelencia en el arte y la literatura de índole costumbrista... Son palabras del escritor José Manuel Caballero Bonald. La manzanilla y Sanlúcar y el escritor jerezano representan un trípode de muy conectivas relaciones. Un triunvirato de signos con corazón y alma, con sabor y memoria, con lucidez y fraternidad. Manzanilla, Sanlúcar de Barrameda y José Manuel Caballero Bonald. Tres enseñas, tres emblemas, tres referencias. Tal que así habremos de acunarlo en las nanas de literatura más pulcra y más purificadora y tal que así habremos de leerlo y releerlo en la nueva colección de libros que viene lanzando al mercado las bodegas Pedro Romero. Propuesta libresca que cuenta, en su primer volumen, con el correspondiente monográfico dedicado a la manzanilla.

La manzanilla en la pluma y en el regusto y en el inteligente paladar de Bonald: "La manzanilla sólo puede criarse en Sanlúcar y posee un conjunto de rasgos y cualidades únicos, incomparables, de extraordinario equilibrio. Su prestigio no es más que una obvia consecuencia de esas virtudes". Para Caballero Bonald la explicación de esas virtudes no dejan resquicio a la duda: "Dicen los enólogos que son los microorganismos que llegan de Doñana los que se incorporan al mosto procedente de las viñas aledañas para convertirlo en manzanilla. Otro maravilloso regalo del edénico Doñana, siempre presente en la otra orilla del Guadalquivir".

El escritor, este infractor de manuales, este humanizado manual de infractores, cuenta con su legión de seguidores en el hábitat de sus descansos, en el paraje de sus ensueños, en la Sanlúcar actual y vigente y crujiente… En la Sanlúcar que fue: "Conservo muy vivamente en la memoria como una especie de álbum fotográfico de la Sanlúcar de los años 40 y 50 (…) El clima general de Sanlúcar se orientaba por un código de señales que ya ha desaparecido lógicamente. Pero nada de eso impide que vuelva una y otra vez a esta desembocadura del Guadalquivir con la misma emocionada identificación de antaño. Entre los renovados bullicios ciudadanos y las soledades antiguas de Doñana, la vida continúa ofreciendo unas invariables dosis de bienestar y alegría, de regalos para los sentidos y de recompensas para el espíritu".

Edición dirigida, cuidadosamente, por Pedro Tabernero (consignar este nombre es igualarse bajo las bóvedas del trabajo mimoso y brillantemente perfilado). Un libro de veras recomendable. Y la nostalgia. Siempre la inquieta nostalgia -como huella indeleble de la idiosincrasia local- también encuentra su apostilla, su codilla, su dancilla -verbal- en la voz del autor de Somos el tiempo que nos queda: "Para alguien de mi edad, que conoce Sanlúcar hace ya unos dos tercios de siglo, el reencuentro con unas imágenes que el tiempo ha ido desdibujando supone una copiosa fuente de emociones retrospectivas. Ahí está la Sanlúcar en la que yo pasé los veranos de mi infancia y adolescencia, inmediatamente antes y después de la guerra civil. ¿Qué queda, pues, de esa geografía, qué sobrevive de esa historia? Apenas una vaga señal, algún vestigio cada vez más imperceptible. Como suele decirse, las ciudades cambian casi en la misma medida que cambia quien las observa. Por supuesto Sanlúcar de Barrameda ya no es la misma que yo conocí, pero la verdad es que yo no soy el mismo de entonces. Se trata de una ley de vida que nadie es capaz de corregir".

El segundo tomo de la colección -dedicado al brandy- está escrito por un escritor muy sanluqueño y muy representativo de las cosas de esta tierra bendita: Julio Manuel de la Rosa. Seguimos al pie de la letra el dictado de la escritura de Julio: "Sanlúcar de Barrameda aparece envuelta en la matizada luz del otoño. Han desaparecido las estridencias del verano, la agresiva luminosidad de las paredes encaladas. Se diría que el pueblo es ahora como una caja de resonancia donde apenas si existen los ruidos. Hemos viajado hasta las Bodegas de Pedro Romero -fundadas en 1860- buscando el milagro de esa llamita azul que arde como flotando en el aire desde la oscuridad más espesa de los tiempos, en el corazón de las bodegas y que los entendidos -y los poetas- identifican con el nacimiento del alcohol. De un purísimo alcohol de excepcional calidad nació lo que estamos buscando: el brandy".

Para de la Rosa, "el enólogo de las bodegas de Pedro Romero es un hombre discreto en posesión de una excelente actitud didáctica. Me explica que el brandy se hace y reposa en otra bodega muy próxima, menos catedralicia y más recogida, en el Barrio Bajo. Entramos pues en el recinto mágico e inmediatamente nos llega, o mejor, nos invade el olor, un olor tan intenso y nutricio que casi se puede tocar con las manos. Y de pronto, en la penumbra, aparecen las botas ordenadas en perfecta formación de descanso, como un oscuro ejército dormido". Julio Manuel de la Rosa posee acento de comunicador. Su tono nos retrotrae a los congresos de la Fundación Bonald. Es un asiduo ponente de dicho acontecimiento de las letras. Agradecemos la solemnidad rítmica de su pronunciación: "Toda esta minuciosa y lentísima alquimia transcurre en el interior de la bodega, en un ámbito cerrado, atravesado por misteriosas luces cambiantes. En una bodega -en esta bodega recogida de Pedro Romero, donde como en una caracola olorosa parece que se oye el rumor del mar-, todo es interior, sometido a una percepción del tiempo desconocido para el hombre de la calle. El enólogo, como un Virgilio benéfico, me ofrece una diminuta linterna alargada y destapa una bota. Miro con precauciones. Es como bajar a una cueva. De pronto distingo una superficie líquida salpicada de puntos blanquecidos. Se presienten las prodigiosas mutaciones químicas que se están produciendo en el interior de la bota, las resinas del roble disolviéndose y mezclándose con los taninos y los taninoides de la madera, el silencioso paso del tiempo". Sanlúcar, sus escritores y sus vinos en dos libros rotundos y recubiertos de nostalgia, conocimiento de causa y un permanente brindis de honor.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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