Publicado en ABC, La Voz de Cádiz y La Voz de Jerez
El cine se desarrolla como una límpida estética en movimiento. El respeto a las cláusulas de sus códigos narrativos forma parte del engranaje sociocultural de cualquier proyecto didáctico -¿hablamos mejor de originalidad de enfoque?- dirigido –urbi et orbi- al gran público. Las Bodegas Pedro Romero, bien halladas en la esplendente Sanlúcar de Barrameda, protagonizan el contrapunto, la contradanza y hasta la contracorriente a la aridez cinematográfica propia de estas calendas. Hace cinco años emprendieron una aventura con perfiles de celuloide. Cada mes de agosto renuevan la envergadura de una actividad bien fundamentada. No sencillamente la convocatoria inédita con la que apalabrar el compromiso con la ética de la gran pantalla, sino la implantación de la calidad a propósito de fichar el entusiasmo de la mayoría absoluta de los espectadores ávidos de formación e información. O, lo que viene a ser lo mismo, de la belleza que reside en el asombro, de la orquesta visual de líneas y materias como mundo fantasmagórico y sacrosanto y libérrimo de aparentes realidades traducidas ahora a la textura de la ficción. El ciclo de cine que propone las Bodegas Pedro Romero cada verano traspasa y trasvasa los objetivos básicos de otros llamamientos de semejante catadura. La complementación que envuelve a las películas propiamente dichas, las actuaciones previas a las proyecciones, los prolegómenos de la fiesta subliman el gozo del visionado del filme. Siempre una entradilla, una coda, una introducción espectacular: el alarde del baile castizo y la exhibición ecuestre y las exposiciones de carteles acordes con la temática elegida y el grupo de música en vivo y directísimo y los canapés como sinonimia de una convivencia fraternizada por la nitidez relacional del ambiente reinante y el exquisito y sumamente hospitalario trato que dispensan al respetable los responsables de esta casa bodeguera…La calle Rubiños renueva la certeza de una alianza indescifrable por esencial y paradigmática. En la Bodega de Müller-Ambrosse se aquieta la parálisis de otros beneplácitos vacacionales para obsequiar a la práctica totalidad de la concurrencia con el esperanto de las artes. Personalidades del ámbito empresarial, universitario, periodístico, político, aristocrático y –cómo no- cinematográfico. Cocktail que acerca la noche a la amistad y viceversa. La dedicatoria genérica. El vino entra en las entrañas de los asistentes como purificación de los adentros de la alegría (una efusividad que el albero mantiene latente como preservación de una convivencia con tientos de magnanimidad). Cada mes de agosto, sí, llega a nuestra elección n ciclo de categoría en la factura del celuloide bajo la luz de las estrellas. Y estrellas que también habríamos de escribir con las letras capitulares de los héroes de la gran pantalla. Las Bodegas Pedro Romero invierten en calidad cultural, en incentivos a golpe de evasión fílmica y en la empatía de los afectos por la dimensión de una intelectualidad de antemano agradecida. Singularidad de este ciclo como cita inexcusable con los episodios de la confortabilidad tan personal como personalizada. Agosto brilla en Sanlúcar como la Aurora en la copa del más unitivo de los brindis.
Mucha culpa del éxito cosechado por las cinco ediciones anteriores la tiene Rafael Utrera. Todo cobra predicamento cinematográfico junto a la presencia siempre fraternal, siempre acogedora, siempre docta, siempre esciente, siempre creciente, de Rafael Utrera. El catedrático de la Facultad de Comunicación de Sevilla es una enciclopedia viviente de la cinematografía andaluza. A su bibliografía nos remitimos. Rigurosos, exhaustivos, autorizados estudios sobre Katharine Hepburn, la poética cinematográfica de Rafael Alberti, duetos de cine (coproducciones hispanocubanas con música de fondo), cine en Andalucía (codirigido con Juan-Fabián Delgado), la Andalucía del cineasta Basilio Martín Patino o el volumen conmemorativo del Cine-Club Vida demuestran la solvencia investigadora, la capacidad analítica, la sabiduría audiovisual del entrañable Rafael. Ha ejercido de moderador, de consultor, de asesor y de presentador de las diferentes sesiones del ciclo de Cine de Verano de las Bodegas Pedro Romero. A su academicismo se debe la consagración de este ciclo veraniego.
Este año el ciclo se dedicará a un título memorable de nuestro cine español: La Lola se va a los puertos. Se proyectará la versión dirigida por Josefina Molina en el año 1993 y protagonizada a la sazón por Rocío Jurado, José Sancho y Francisco Rabal. Y asimismo el filme de idéntico título del año 1947 interpretado, en su papel principal, por una grandiosa Juanita Reina. La organización de esta edición prevé la asistencia –en calidad incluso deponentes y contertulios del análisis prologal de la proyección- de familiares de Juanita Reina y del propio José Ortega Cano. Desde las páginas de La Voz daremos cumplida cuenta, tanto en previas como en crónicas, del desarrollo de este señaladísimo evento cinematográfico impulsado por las Bodegas Pedro Romero. Ahondemos un tanto en la idea original de la obra La Lola se va a los puertos. O, para ser más exactos y exhaustivos, a la obra primigenia, a la original, a la matriz. En la España del 98 –mítico año, mítico revulsivo literario- el teatro era una de las grandes pasiones nacionales. Antonio y Manuel Machado escribieron, en colaboración, un teatro poético de indudable finura. Ésta es su obra más popular, una recreación lírica del alma popular andaluza. Su argumento y sus opciones de adaptación a otros géneros como el cinematográfico o incluso al de la zarzuela ampliaron el alcance de su mensaje. Atinada elección de los responsables de las bodegas Pedro Romero con este rescate de los hermanos Machado, de Juanita Reina y de la magistral Rocío Jurado. Noches de cielo abierto y emociones a punto aguardan en los jardines de las Bodegas Pedro Romero. Como siempre, cada mes de agosto.