De duendes, cielos encapotados, Sevilla y Joaquín Romero Murube

Hoy confluyen en este post –como dos vectores que convergen en un mismo punto de encuentro- la silueta de rictus áspero y prosa florida, rítmica, nada reverencial con los poderes establecidos y muy devocional con el patrimonio inmaterial de su Sevilla natal –Sevilla de cielos perdidos y Sevilla de anagrama de versos encendidos- de Joaquín Romero Murube. Tan eminente poeta –periodista a fuer de escritor- me interesa sobremanera. Este verano he leído dos libros de su cosecha. Y enseguida he llegado a una instantánea conclusión: Romero Murube es como Triana: un espejo de agua que se refleja en el río de la vida. La lectura de sus artículos periodísticos me provoca –pese a la hacendosa queja de su pluma –una paz ultraterrena. Ultramundana. Imagino a Joaquín Romero sentado a la sombra de una mesa de escritorio con ventanal a la luz jamás impía de la collación de San Lorenzo. En una Sevilla de andar por casa y de andar por sus callejuelas revestidas de casticismo, sublimidad, retórica, Fe y años cincuenta. Cada párrafo es un ajuste de cuentas con la modernidad que destruye lo clásico y un ajuste de consonantes en el soneto de la prensa diaria. Cualquier vehemente columnista de nuestros días abordaría sus protestas (urbanísticas) con brama de toros en celo. Sin embargo este cofrade de la Soledad del Sábado Santo hería sin rasgar el papel. Mantuvo incólume –como un Romeo de chaqueta en la imperturbabilidad arquitectónica del Alcázar- una relación de amor/odio con la niña de sus ojos: Sevilla. Muchacha de gracia y cera ardiente a la que se entregó sin remilgos ni bisuterías sentimentalistas. El autor de Discurso de la mentira pudo alcanzar la gloria nacional de haber optado por los Madriles. Pero eligió la territorialidad de la cuna. Ayer estuve en la capital hispalense almorzando con el pintor y gestor cultural Pepe Yáñez (exquisita carta la de Casa Robles) y posteriormente tomando café en el Hotel Macarena con el Catedrático de la Facultad de Comunicación Rafael Utrera Macías –el máximo especialista en cine andaluz-. Con ambos por cuestiones de proyectos/cierres empresariales/culturales. Paseando de regreso por una Sevilla que despide quedamente las agresivas jornadas de sol, la fulgente jugarreta de la canícula, planté de nuevo la retina frente a la casa de Joaquín Romero Murube (a dos pasos del Señor del Gran Poder y de la Virgen Pálida que antecede al sudario de una cruz en el epílogo majestuoso de cada Sábado Santo). Y de nuevo fotografié la inscripción en mármol de su vigencia nunca marchita. Sevilla ha perdido los cielos de no pocas de sus gloriosas tradiciones pero mantiene invariable el acento de musical poesía de este escritor sujetado en volandas por los ángeles del recuerdo, por las musas de la prosa celestial y por los duendes del genio y del ingenio de la Madre Literatura.

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