Sin secretos ni diarios

Juro por lo que usía quiera que había previsto retomar el pulso diario –o casi- de mi blog, de este acristalado cuaderno de bitácora, con un álgido repaso cinematográfico. He visto mucho cine durante estas vacaciones que ya van tocando a retreta. También recuperé el hábito alimenticio de la lectura (las letras alimentan el estómago de la evasión) a lo largo de las semanas precedentes. En las anotaciones de temas pendientes saltaba, como un saltimbanqui de celuloide, las referencias escritas de películas como La piscina -¡menuda madurez interpretativa de Romy Schneider!-, A ciegas, Falsas apariencias –filme que disfruté a la altura de Córdoba-, La mujer de al lado, La ciudad de la ignorancia o la fatídica y paranoide (aunque versátil de maestría escénica) Anticristo. Ya abordaremos la película titulada Anticristo, ya. Pero el lector disculpará la digresión, la intromisión, la interpolación: esta misma noche he quedado estupefacto después del minutaje de la teleserie que acaba de estrenar Antena 3: 90-60-90. Diario secreto de una adolescente. No revisto ninguna duda: comienzo a descreer del valor ético de la televisión según los tiempos vigentes. La serie de marras retrata el ideario de unas adolescentes protagonistas –catalogadas además como heroínas implícitas de la narración- que, contando ambas la liviana edad de dieciséis primaveras, meten en sus sábanas hombres de cuarenta, apuestan por la belleza del físico enflaquecido, ridiculizan la opinión de sus señores padres e incluso incitan a la hermana de una ellas a la escucha y a la imitación de los calzados taconazos, los sujetadores de pasarela y el cénit de un ligoteo sin miramientos. Defiendo la tesis de la libertad unipersonal: que cada cual haga de la capa de su vida íntima un sayo con pespuntes de felicidad. Pero la televisión proyecta una funcionalidad bien diferente: retratar la realidad estructurando creativamente el trasfondo de un mensaje enriquecedoramente social. Lo contrario antepone el índice de audiencia y la tergiversada manufacturación de nuestra juventud en salarios de interferencias educativas. No me tengo por mojigato ni por pacato espectador. Pero no acabo de entender el sentido didáctico de este diario secreto de una adolescente sin diario y sin secretos. Por cierto, otra perla de la serie recae en el retrato terminal de todo profesional que alcance la treintena: a partir de dicha edad -¡oh, paparrucha!- cualquier bicho viviente caerá en el periodo vital de una condición de inservibles anónimos. ¡Háyase visto!

PROGRAMACIÓN CULTURAL

PROGRAMACIÓN CULTURAL