Presentación del doctor Juan Sebastián Lozano Pizarro en su ponencia ‘El dolor’ del ciclo ‘Escuela de Salud’ enmarcada dentro de la programación cultural del Grupo Romero Caballero

El dolor es un inocultable antecedente del sufrimiento. Ambas sensaciones causan displacer, disfunción e incluso discriminación. Un hombre que sufre se ciñe irremediablemente a los parámetros de la impotencia, al apocamiento de la voluntad mermada, a los abismos de lo punzante. Si el dolor afecta al músculo cordial, a la paráfrasis de los sentimientos, a la sensibilidad de los afectos, entonces sus heridas cicatrizarán por el método de la mentalización o por las operaciones –nunca quirúrgicas- del tiempo andante, de las horas curativas, de los minutos que adrede olvidan y resarcen cualquier tachadura de la propia experiencia personal. Pero…

Pero si el dolor nace, se reproduce y se instala sibilinamente en nuestro organismo, en nuestra estatura física, en nuestros órganos vitales, entonces su rito de paso, su solución y su fórmula curativa depende de las manos maestras –o amaestradas- de los profesionales sanitarios.

Los médicos –esos cultivadores de esperanzas cuya legitimidad a veces ponemos en solfa demasiado gratuitamente- unifican sus esfuerzos por resolver, según los códigos de su propia ética, los males que afligen, desuelan y desesperan a la mayor parte de los pacientes. Digamos que el dolor representa el aguerrido caballo de batalla que separa o hermana a los pacientes de sus más entrañables médicos de cabecera, de familia o de circunstancial designio.

Hoy nos visita un doctor que encarna el dulce maridaje de la vocación y la sencillez, de la simpatía y el rigor, de la franqueza y la diligencia. Aludo sin mayores remisiones a Juan Sebastián Lozano Pizarro. Basten cuatro pinceladas biográficas para asumir de una sola tacada el esbozo descriptivo de su personalidad…

Cuando otros muchísimos niños de su generación soñaban con convertirse de adultos en policías, artistas de cine o supermanes de vuelo raso, nuestro conferenciante no albergaría ninguna duda: desde chiquillo ya aspiraba a convertirse en médico. Pero no en médico al uso y al abuso de los lujosos hospitales del siglo XXI, ni mucho menos, ni hablar del peluquín: su pretensión descansaba en ser médico de pueblo.

Y no porque atisbase en las películas españolas de Paco Martínez Soria la heroicidad del rotundo triunvirato de los pueblos de España, esto es, el alcalde, el cura y el médico, sino porque un cura de pueblo –quizás emulando algunas gloriosas novelas de don Pío Baroja o del valenciano Vicente Blasco Ibáñez- encarnaba no sólo a un curador del cuerpo sino también a un confesor del alma, a un consejero familiar, a un confiado experto multifacético presto a resolver cualquier problema burocrático que surgiese acá o acullá…

En efecto Juan Sebastián es un médico del pueblo de los valores humanos que todavía gravitan en la práctica totalidad de todos nosotros. Concibe su profesión como un vaso comunicante de confianzas, lealtades y probidades con el enfermo en potencia o con el enfermo imaginario (que haberlos, haylos).

El trato fraternal con el paciente marca su código de conducta. Tan es así que disfruta como unas castañuelas echando –si preciso fuere- cuantas horas y deshoras cupieren en sus alforjas diarias. Constatemos otro nuevo alarde de sinceridad de su parte: asegura que tardó en sacarse la carrera universitaria de Medicina porque jamás aceptó memorizar conceptos que previamente no había comprendido del todo: síntoma infalible de su honestidad profesional y de su consistente y coexistente deontología médica.

Me consta –de oídas y de facto- que Juan Sebastián desempeña con ejemplaridad y tenacidad su encomiado y encomiable papel de esposo, padre, hijo y cuantas parentelas acepte por las supremas razones del amor. De ahí que su ponencia se revista previamente –y sin necesidad de argumentaciones empáticas- de la credibilidad de un hombre de bien, de un médico de pro y de un corazón siempre latiendo en derechura del sendero de la mano izquierda: esto es: en la senda de la pulsión de la vida.

Nos honra acoger a un biennacido, a un doctor de la humanidad sin protagonismos, a un risueño amante de la amistad. Enseguida comprobaréis que la Medicina no siempre responde a conceptos difusos e inexactos sino a la voz de quienes la ejercen con honradez, con madurez y hasta con timidez. Contra el dolor, señoras y señores, la palabra de nuestro querido Juan Sebastián: no existe mejor lenitivo, mejor bálsamo y mejor diagnóstico. Por ende repito de nuevo: fijen sus retinas en su predicamento, silencien en los bolsillos vuestros teléfonos móviles y túmbense en la camilla de la mejor complicidad. Es seguro que al final de la sesión todos nos sentiremos mucho más aliviados.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

PROGRAMACIÓN CULTURAL