Cuando el embrujo de lo racial y la oxigenación del arte se funden en las manos de Rosario Montoya ‘La Reina Gitana’

Cuando el embrujo de lo racial y la oxigenación del arte se funden en unas –prodigiosas, danzarinas, acróbatas- manos de mujer, de mujer joven y gitana, de mujer urgente y empática, entonces la ecuación resultante recibirá el nombre de Rosario Montoya ‘La Reina Gitana’. Más de cuatrocientas personas aglutinó la presentación de su espectáculo ‘88 teclas de pasión’ en la sede de la Escuela de Hostelería. Sonó el piano flamenco como una sonata de melena suelta en metáforas de morenía. Se hizo el delirio, la pulsión gozosa de la colectividad, una urdimbre de palmas por bulerías que tradujeron –a la manera castiza, al modo de intrínseca jerezanía- la atronadora ovación del respetable público. Lleno hasta la bandera de una expectación que ni siquiera la televisiva y televisada retransmisión de llamativos partidos de fútbol logró aminorar. La cita contenía de por sí demasiados acicates como para obviarla a tontas y a ciegas y sin encomendarse ni a Dios ni al diablo: los jerezanos acudieron masivamente impulsados e incluso propulsados por la llamada nunca anacrónica ni ficcional sino enteriza, flamígera e inmutable de la pureza del flamenco.

Situémonos. El Grupo Romero Caballero había incluido este espectáculo (en toda regla a juzgar por el resultado del mismo) dentro del ciclo titulado ‘La cuarta pared’. Muchos se cuestionarán a vuela pluma el porqué de dicha clasificación cuando a simple vista parece meridianamente diáfana su catalogación ortodoxamente flamenca. Sin embargo la respuesta habría que asentarla en la búsqueda de la dimensión conceptual de la obra. Rosario Montoya ha cuajado, ha orquestado, ha creado y recreado una autobiografía sonora de bulerías de la nostalgia, de falsetas de sensaciones, de teclados del imperio cañí, de glosas maternas y de espíritu reivindicativo. ’88 teclas de pasión’ estalla en la órbita de sus acepciones emocionales: la trayectoria que abarca y centra y concentra el ímprobo esfuerzo y la denodada virtud de una mujer capaz de prologar y prolongar sus manos en la estructura mágica y comunicante del piano de cola.

La programación cultural del Grupo Romero Caballero ofreció tamaño obsequio a la ciudadanía (de hecho acudieron a su recaudo, a mansalva y a corazón latiente, toda una multitud de personas de toda clase social, de toda variada generación, de toda ideología). La Reina Gitana legisló los códigos de sus propias pautas musicales: dúctil virtuosismo de unas manos que fueron fuego encendido de admiraciones conjuntas. Esta mujer eléctrica y sensible como pocas, desdoblamiento de su naturaleza en heteróclita sustentación del talento, dedos que inyectan pentagramas a mil revoluciones por minuto, ademán de sonrisa blanca y mirada profusa, misceláneas de fusiones poéticas, airosa pirueta de lo verosímil.

Maribel Cano, veterana periodista de casta y tronío, condujo una sesión que además contó con entrevista en vivo y directísimo. Respuestas crujientes de Rosario Montoya como preludio a su actuación acuñada de escenario a pie de público y acunada de músicos que orquestaban el palmeo, el violín, la flauta, la respiración abdominal en ocho tiempos de una escenografía con reflujos de prelaciones andaluzas. La niña de origen humilde y la muchacha concertista hecha a sí misma en la bilateralidad de la autoafirmación y la autosuperación. Cuanto sucedió el martes noche está escrito en las actas de los memorias del gozo –íntimo pero fácilmente descifrable- de cuantos sentaron plaza en la sede de la Escuela de Hostelería.

Manos de Reina Gitana que asemejaban golondrinas en aderezado vuelo a través. Una réplica al silencio del indiferentismo: fluctuación de la naturaleza circunscrita –todopoderosamente- como reclamo de la creatividad sin merodeos ni paradojas ni hojarascas. Puro, cristalino, bailón, concerniente e inconsútil don del cielo que amansa y amasa las manos de la Reina Gitana. O el piano de cola de las manos de la Reina Gitana. O la trascendencia del piano de cola en las manos de la Reina Gitana… Un crisol de voluntades con falsetas de sonidos de aquí, una danza de dedos que se entrecruzan en el páramo de la sincronía. ’88 teclas de pasión’ o la incitación al asombro que forja sus propios signos de admiración. Signos y admiración. Con reinado de una gitana muchacha y dicharachera como los redobles de la fama que ya, paso a paso, se aproxima, se acerca, se palpa…

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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