José Luis López Vázquez o el entrañable histrionismo de la intelectualidad escénica

Hágase el silencio. Se cierran fortuitamente las cortinas. El telón besa las tablas. La oscuridad apela a lo retrospectivo. Butacas vacías que lloran fantasmales secuencias en blanco y negro. El escenario cruje en su mudez de antiguas crianzas. Quietud y soledad se funden en un solo haz. Los decorados reposan entre bambalinas durmiendo el sueño de los muertos. Es fecha de ritos y cementerios y sin embargo nos sorprende la persistente intromisión de la Parca. Ha fallecido José Luis López Vázquez, uno de mis penúltimos actores predilectos. Se hizo añicos la permanencia –pospuesta, casi yerma, dosificadamente esquiva- de los clásicos en vida. Ya apenas quedan exponentes de la vieja guardia: José Bódalo, Francisco Rabal, Antonio Garisa, Alberto Closas, Agustín González, José Isbert… Ha muerto una sabrosa porción de la Historia de España. Ha muerto el padrino búfalo de la gran familia y… uno más. Supo José Luis López Vázquez renovarse, catalogarse según los dédalos de la edad, regenerarse a cada palmo pero… reinventarse jamás de los jamases porque siempre fue actor in situ, camaleónico, sui géneris, dúctil, versátil. Peculiarísimo hasta la médula. Su vis cómica surgía consustancialmente encima del escenario: el histrionismo matizado, la aparente improvisación, la energía incombustible. Cómico, gag con bombín y donosura, una oxigenada andanada de la intelectualidad interpretativa. Bigotito franquista, ojos charlatanes, nómada de su propia filmografía. Nos dejan –paraguas en mano, rictus de bonhomía, cabina cerrada a cal y canto- los mejores actores de la nostalgia que regresan a nuestro horizonte más inmediato como otra vez vuelven los testigos oculares a la panorámica de los días de autos. José Luis López Vázquez siempre estará presidiendo –“¡A la camita, vamos a la camita!”- una hilera de chavalería en aquella memorable escena de la saga de ‘La gran familia’ o 'La familia y... uno más' donde finalmente su papel de padrino búfalo quedaba encerrado en una cama portátil/desplegable para carcajada a mandíbula batiente de la niñería y de todos cuantos, también críos, nos reímos incansablemente con la parodia desde las salitas de nuestras casas.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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