¡Felicidades!

El principio de reciprocidad exige una simultaneidad en el tiempo. Así como el abrazo, el apretón de manos o el aleve intercambio de sonrisas: no la concebiríamos sin la sincronización de nuestros mejores pálpitos interiores, sin la cohesión de la presencia física, sin la sincera genuflexión del corazón, sin la coincidencia en el mismo instante, sin el impacto del tú a tú. Todo gesto de amor, toda gesta de franqueza, toda gestualidad de los afectos, precisa del calor y del candor del sincronismo y de la convergencia: intercambio de cariño in situ, al rojo vivo, ipso facto, a la misma vez, como una eclosión de intenciones que se funden y se fundan y se refundan instantáneamente entre dos protagonistas unidos por la fuerza de la amistad, por el poderío de la admiración, por el tronío de la lealtad… de la elección unipersonal, de la convicción a prueba de bombas. Como así he leído anteayer: “Similes similia quaerunt… Lo semejante busca o llama a lo semejante”. Es la ley del universo –empatía, coincidencia, causalidad- que todo lo rige.

Cuando esta mañana me dispuse a redactar en negros sobre blanco –en tinta sobre folio, a pie de página, al tran tran, al ralentí y de puño y letra- una felicitación navideña, una tarjeta de autor nimbada en trenzas de serpentinas, una cartulina cuya cuadratura formal y cuyo vórtice intencional recayera sobre tu persona -¡porque eres importante para mí!-, cuando –insisto- alcé la tapa del ordenador portátil para inyectarte una dosis de mi querencia, de mi apego, de mi estima, descubrí –o por mejor decir, ¡redescubrí!- absorto y estupefacto que había perdido velocidad en el envío, que ya andaba enfrascado en la tardanza o en la rémora del e-mail, que me había quedado atrás en la “simultaneidad” que todo guiño afectuoso comporta. Porque la bandeja de entrada de mis diferentes direcciones de correos electrónicos estaban –en lo que va de ayer a hoy- saturadísimas de felicitaciones, deseos iluminados, esperanzas abiertas, parabienes… ¡Mi gente querida se había adelantado con creces, con puntualidad espartana, con previsión, con sensibilidad, con un volcánico despegue de cariño a borbotones!

Decenas y decenas de nombres reconocibles, de gente habitualmente instalada en mi panorámica cotidiana, de amigos y amigas que nunca fallan, que siempre avanzan al paso alegre de la paz de los sentimientos recíprocos… Algunos/as viajan conmigo por la faz de nuestra existencia compartida desde hace la friolera de sólo Dios sabe cuántos años. Otros/as se han sumado y sumido a mi costadillo –y yo voluntariamente al de todos/as ellos/as- durante este último año y medio (período en el que –sin desmayo- ando enfrascado en mil frentes, compromisos, historietas, aventuras, implicaciones y mágicas utopías hacederas y merecedoras de crédito). A veces me he preguntado si merece la pena tanta actividad, tanta ilusión, tanto empuje, tanto sarao, tanta correspondencia, tanto diálogo, tanto contagio positivo, tanto frenesí. La respuesta siempre emerge en el repente de la afirmación. Porque –ya sabemos- una vida no vivida es una enfermedad de la que se puede incluso morir (tomen nota los escépticos, los descreídos, los laxos de condición, los amuermados, los indolentes, los sangre de horchata, los neutros, los apáticos). ¿Mi primer deseo navideño, por consiguiente, para ti? Pues… iniciativa, reconocimiento del ser, abordaje de las pequeñas maravillas que edifican nuestra identidad, nuestro ADN, nuestra alma. Carpe diem. Ciñámonos a lo esencial y olvidemos lo accidental. Cercenemos las cabezas gachas y los gestos de resignación. No hagamos mella en la libertad del prójimo…

Las linotipias del egoísmo rugen a nuestras espaldas a diario. Pero hagamos caso omiso: la avaricia rompe el saco de las entrañas del materialista impenitente. Aprovechemos estas Navidades, el intersticio del calendario que nace, para troquelar –con manos de alfarero- el volumen de un mundo mejor. Más humanizado. Menos virtual. Apostemos fuerte, fortísimamente, doble contra sencillo, a favor del progreso, de la modernidad, de la ternura, del triunfo del Bien. Así y sólo así caerán estrepitosamente las torres del discurso dominante, la adoración masificada de los nuevos Becerros de Oro, la cosificación del hombre y el distanciamiento- ¡ah nuestras relaciones frías como témpanos de hielo!- entre los mortales.
Hemos aceptado –con sumisión borreguil- la deshumanización del siglo XXI. ¿Estamos dispuestos a seguir ejerciendo de cómplices de la involución de nuestra propia quintaesencia? ¿A do fue a parar la sinonimia de los valientes? Haz lo que temes, proclamaba Krishnamurti, y el temor desaparecerá. No dejemos de correr delante del toro de la vida. No nos acojamos, jadeando, cansinos, cobardes, al resguardo del burladero. Batallemos, amemos, rompamos rutinas. Alcancemos el quid de nuestra misión, de nuestro papel social, de nuestro engranaje ambiental, de nuestro yo profundo, de nuestra mismidad…

Haz las cosas, amigo/a, por sí mismas y no por sus frutos (Baghavad Gita). Turn on, tune in, drop out (conecta, sintoniza, fluye). No te conviertas en partícipe o copartícipe de la explotación y de la transculturación. Descondiciónate, libérate, desata tus ataduras, pisa sobre césped sin tacones ni suelas de goma, no traiciones, no murmures, no embarulles, no caigas en la engañifa de los falsos prejuicios ni en la sobadísima trampa del qué dirán, no seas conformista, no te adscribas a las simplezas de esta época de mimetismos contra natura. No conviertas tus sueños en objetivos (Es consejo de Kipling en su obra ‘Historia para niños y para quienes aman a los niños’). No alteres el curso de la naturaleza. No defiendas el aborto. No te imbuyas de la demagogia de las televisiones politizadas. No hagas turismo de cartón piedra (sino muy al contrario: viaja a pierna suelta, callejea, explora allende tus fronteras).

Yo abogo por continuar empecinadamente en conservar –erre que erre- el sortilegio de tu amistad. El encantamiento de cuanto de veras me ofreces. El dictado de aquello que deseo entregarte. Sin componendas ni ambages ni fechas de caducidad. Muchas felicidades, compañero/a. Estás ahí, estoy aquí. Luz para nuestras conciencias y un 2010 que dé vueltas y volteretas sobre el eje de la prosperidad, la alegría, la serenidad, la enseñanza, la afección… La integridad, la honestidad, la viabilidad. No te amilanes. En boca de Ruy Díaz puso Manuel Machado aquella rotunda exclamación de… “Y una voz inflexible grita: ¡En marcha!”. Pues pongámonos en marcha. Y repitamos hasta la saciedad, recitándola en sordina, otra perla del noble arte de nuestras buenas letras: “Por necesidad batallo / y una vez puesto en la silla / se va ensanchando Castilla / delante de mi caballo”. Empuje, coraje en su óptima acepción, fraternidad, temperamento emprendedor, felicidad. Franqueza, familia, confidencialidad. Cuando concluyo esta felicitación, estos párrafos de improvisación y urgencia, la televisión proyecta –por enésima vez… ¡y que sean infinitas más!- una de mis películas favoritas: ‘¡Qué bello es vivir!’. Al hilo de su argumento y de mi sinceridad sólo puedo transmitirte un último deseo: ¡Gracias por haber nacido!

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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