Osadía y querencia. Arrojo y apetencia. Presento a Juan Salido Freyre. Los enebros de la amistad.

He de confesaros –antes que después y a pies juntillas- que esta noche me embarga un doble, una dúplice, una dual sensación: aquella cuyo eje de ordenadas y de accisas atiende –de un lado- a la osadía y –de otra parte- a la querencia. Osadía y querencia: es decir: arrojo y apetencia. O dicho de otro modo: confluyen en mí los enebros de la amistad y asimismo la sacudida del atrevimiento. Porque no otra pulsión de los sentidos comporta la encomienda que asumo hoy como Diputado de Cruz de Guía de este cortejo de memoriales del gozo cuyos tramos lucen –de menor a mayor antigüedad- todos los resortes vitales, todas las virtudes personales y todos los méritos emocionales congregados en el protagonista de la ponencia de esta noche.

No creáis que exagero un ápice –craso error de vuestra parte- si vislumbráis cualquier asomo de apología o de abultado encomio en mis palabras de introito. Nacen –tenazmente- de la verdad que me asiste, de la comprobación en carnes propias y de los decretos (no experimentales pero sí de sobras experimentados) del sendero de la mano izquierda –que es al fin y a la postre el atajo, la senda y la vereda que conduce a las razones del corazón-.

Partamos de la base de un condicionamiento innecesario, de una afirmación de Perogrullo, de una esquirla archisabida: Juan Salido Freyre –nuestro flamante y flameante orador- no precisa de ninguna carta de presentación, de ningún prologuillo torpemente molturado por quien os habla, de ninguna coda a vuela pluma ni tampoco de ningún solemne prefacio. Por sus obras –en efecto- los conoceréis y por su derroche (sin pespuntes) de humanidad, de magnanimidad y de generosidad es reconocido y también ponderado este luciente economista, este eficiente tratadista y este grandilocuente humanista.

Juan Salido pertenece a la raza bautizada in illo tempore por los poetas franceses como ‘ser de lejanía’: dícese del sabio que esgrime sus lustraciones y sus ilustraciones –sus virtudes y sus virtuosismos, sus dones y sus talentos- desde los parámetros de la exquisitez social, de la educación en grado sumo y de la bonhomía como código de conducta. ¿O no destaca, descolla, se distingue y se significa sobremanera nuestro ponente por su andante libro de etiqueta, por su catón de civismo elevado a la enésima potencia, por almario de valores humanos, por su ideario de utopías henchida de afectos?

Juan –profeta en su sevillana jerezanía y en su jerezana sevillanía- es doctor en Amistad por la Universidad Complutense de los Genes Innatos. El atemporal tribunal de sus concercanos hemos sido testigos directos del contenido de la tesina ‘Cum Laude’ que a diario renueva como valor inmutable e inmudable de la personalidad de quien hoy –atendiendo a sus versados conocimientos en materia contable- nos hablará, nos orientará y nos aleccionará sobre la tan traída y llevada crisis económica.

Huelga consignar que Juan Salido Freyre es un economista de brillantísima solvencia. Su actual desempeño como director general de Cajasol constituye una natural derivación del ejemplar bagaje laboral atesorado a golpe de efectividad, raigambre, superávit, cuentas que cuadran, coherencia, sintaxis de la matemática, rima numérica, administración al punto y escrupulosa honradez institucional.

Pero permítanme el ahorro –y nunca mejor pulsado el vocablo- de la densa materia curricular que avala y acredita a mi compañero de tribuna. Sus avales están ya justamente canjeados en la tipografía de nuestra conjunta admiración. Aterricemos ahora –siquiera sea grosso modo, de puntillas, a tientas y nunca a ciegas- en el boletín oficioso de la sensibilidad, de la afectividad y de la receptividad del Juan íntimo, del Juan artista, del Juan creyente y del Juan intelectual.

Yo estoy en disposición de renovar públicamente la Protestación de Fe de la realidad de un nazareno de blanco, de un nazareno de la luz, de un nazareno y hermano –hoy sentado a mi costadillo- que no se despoja de su condición de tal cuando la madrugada de los largos silencios abandona la férula de la Luna de Nisán. Yo estoy en disposición de aceptar la solicitud de ingreso de este discípulo de Cristo –cofrade por la gracia del Altísimo- en la nómina de los elegidos (pues ancha es la puerta y angosto el camino).

Yo estoy en disposición de acreditar el distingo de su valía de hijo de Dios así arrecien los temporales del indiferentismo. Así truenen estallidos de laicismo en derredor. Yo estoy en disposición de pulsar en negros sobre blanco, rubricando la letra con la sangre de la veracidad, que Juan es padrazo antológico y un esposo dado por entero a las supremas razones del amor.

Yo estoy en disposición de valorar –con pupila de crítico periodístico- la trascendencia unitiva, el bulle bulle analógico, la plástica respiratoria, el hálito cromático que desprenden todas sus fotografías. Pongan, si no, pies en polvorosa y corran a toda mecha a la exposición dedicada a la mujer fatal que late –sin vestiduras y sin investiduras- en la Sala Pescadería Vieja. Yo estoy en disposición de rubricar su pragmática labor como tesorero de la actual Junta de Gobierno de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras. O su renombre como flamencólogo de largos alcances. O su afinado nomadismo de viajero ilustrado.

Pero –por encima de cualquier otro índice descriptivo- yo estoy en disposición de rubricar la certeza humana de Juan. Un calificativo que comporta –a día de hoy- el tótum revolutum de una dolorosa primacía en claro proceso de extinción. Juan es, señoras y señores, humano y humanista. Ahí es nada. Humano y humanista con hache de Homero, de humildad y de hombre. Prestad atención a sus enseñanzas. A su erudición. A su facultad. A sus consejos. Nunca tan digno aforo pudo encontrar hoy mejor profesor, mejor maestro y mejor amigo.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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