Martín va de frente, ¡siempre de frente, valiente!

Presentando a Martín Gómez en el ciclo de conferencias 'Luna de Nisán'

Penúltima chicotá de los preludios de la Semana Santa. Una Cuaresma que –toda vez ha rebasado el rubicón de la palabra del atril en Villamarta- ya se encarama en los primeros puestos de salida de una pista que sólo anhela palmas de hosannas colgadas en los balcones de la luz de un novísimo Domingo de Ramos. Los hombros de los hombres, los hombres de los hombros, anhelan –ahítos de silencio- la llamada del capataz de esta fiesta que poco a poco -¡ay las manillas del reloj!- ya prácticamente se queda sin tiempo de vísperas, sin intensidad de horas solemnes de impaciente espera, sin preámbulos de cuarenta días de disfrute en el limpia/limpia la plata, en el monta/monta los pasos, en el besa/besa las manos de nuestros Cristos y nuestras Vírgenes a lo largo de las ceremonias de cercanías de los domingos precedentes.

Penúltima chicotá –también- del ciclo de conferencias que, bajo el epígrafe aglutinador de ‘Luna de Nisán’, ahora retoma la calidez y la candidez de un exordio de esfuerzo conjunto bajo el dulce yugo de la trabajadera. Porque el amor a Dios también comprende y comporta el rezo de la musculación igualada allá donde la zambrana pierde toda su ancha dimensión. Allá donde la poesía del sudor se escribe con la mecida corta de la Gloria de Cristo. Allá donde el acento y el acanto de la doctrina cristiana se evalúa según el canon sonoro de unos pasos racheaos que suenan a sinfonía ignota -¡pero cuán sincronizada!- de los músicos de la Gracia Eterna.

Allá donde los apóstoles del siglo XXI aguantan todas las traseras de los zarpazos del laicismo, de los coletazos de los sirios y los troyanos, de la indiferencia social cuya quietud a veces aniquila la esencia, los códigos, los valores y la idiosincrasia del ser humano. Por esta nobilísima razón nos hablará hoy –con voz de mando, con voz experimentada, con voz aquilatada- Martín Gómez Moreno: el capataz capaz. De su renombre, de su trayectoria curricular al frente de un martillo –que son todos los martillos-, de su envergadura esciente en el arte de sacar pasos no diré ni mu: porque a la evidencia de su magisterio me remito sin necesidad de apelaciones de un discurso –el mío- que ya avanza de costero a costero por las callejuelas de las buenas entendederas.

Y, como entre calé y calé, bien poco valen las buenaventuras, permítanme apostillarles (sin mayores miramientos) que Martín es un hombre de Dios dotado del artesanal don de la personalidad propia (ese rasgo y ese rango del temperamento que a día de hoy tan escasamente hallamos en el adocenado mundo borreguil de la sociedad del discurso dominante, de los nuevos becerros de oro y de los trampantojos de la pamplina). Martín es un hombre de Iglesia que va de frente, siempre de frente, valiente. Martín es un capataz ducho en las lides de su oficio que genera tantos adeptos públicos como brotes insustanciales de recelosos en sombras (exponentes estos últimos de la práctica de la aristofobia: es decir: de la aversión a los mejores).

Martín ha revolucionado el efecto multiplicador de la catequesis plástica del costalero. A base de paciencia y conciencia. Martín habla sin pelos en la lengua y ejecuta su labor con una destreza que no necesita pliegos de descargo. Martín siempre navega sentado alegre en la popa de la certeza de sueños de adolescente, de su germinal ilusión construida a pulso, siempre a pulso (que ni siquiera el aire roza estos doce varales de la grandeza de su Semana Santa).

Su garganta reza por San Marcos cada noche de Lunes Santo y su voz se entrecorta de plegarias secretas por la plaza Esteve cuando un reguero de nazarenos de luz –blanco sobre blanco- anuncian pregones de callada por respuesta, de testimonio directo, de supremos albores de cera encendida cada Madrugada de Luna de Nisán. Prestemos atención a la voz del capataz. Oído. Metamos hombros. Las manos ya agarradas al palo. Los riñones en la verticalidad de un cielo de algodones con olor a incienso y azahar. La punta de los pies aguardando el peso de la misma Eternidad. Hágase los tres tiempos de la subida unánime. Hágase la levantá de los jirones de la verdad. Hágase, querido Martín, tu palabra y no la mía.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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