Josefina Escudero. Necrológica

Apareció por la redacción sin pronunciar oxte mi moxte, sin decir esta boca es mía, plantando pies y cordura en tierra, como una Dulcinea del periodismo entonces quijotesco (realidad versus fantasía), como la Ariadna que incesantemente tira del hilo de los hechos (escrutadora del rigor de la investigación), redactora novísima de pespuntes de no pocas incipientes virtudes profesionales (dedicación, vocación, ilusión). Apareció de buenas a primeras –figura menuda, pelo planchado, modestia por doquier- y se instaló entre urdimbres de primicias, siendo ella como era: una chica que pasaba desapercibida bajo el estruendo de los teclados, al costadillo del devenir de tantos redactores en ciernes y al sesgo de variopintos compañeros con ecos de algarabía. Apareció al son de la juventud en ristre para recolocarse –sensata y risueña- detrás de la montonera de papeleos que recubrían aquel cuadrilátero de motivación, ordenadores iMac, maquetas quark, localismo a granel y dos páginas por día. Apareció regalándonos a mansalva la discreta incontinencia de su mejor optimismo: la salubridad -¡ay, la salubridad!- de quien oteaba el brío de un crecimiento personal fraguado según la aritmética de ladillos, destacados, titulares y pies de foto. Apareció evidenciando la valerosa fidelidad a sus principios: sencillez, humildad, resistencia, bondad, honor en la construcción de la noticia para sin embargo destacar, descollar, despuntar siempre al día siguiente en los reportajes de su rúbrica, en la corrección de su sintaxis, en la seriedad de su escritura, en la publicación de su firma. Apareció silente y prudente y siempre consecuente. Apareció para hacerse con la patente de corso de los periodistas de raza y así, cosa tras cosa y caso tras caso, desempeñar enseguida la dirección de El Puerto Información. Apareció en el énfasis de su juventud y ahora, apenas guiñado el ojo de los primeros recuerdos, ha desaparecido frente a la yuxtaposición de una enfermedad traicionera como el filo de la navaja surcando a las bravas en la indefensión de la oscuridad. Ha fallecido Josefina Escudero (sumaba 42 primaveras) y semejante clavazón nos pilla desprevenidos e incluso desaprensivos en la increencia, en los estertores de la incredulidad, en los manifiestos de los nones, en la puñetería de la impotencia, en la fruslería de este ancho mundo tan rescrito de torcidos renglones y de extrañezas sin ton ni son. Pero la compañera sigue apareciendo, apareciendo, apareciendo en la pantalla plana de la remembranza, en las quince pulgadas de la nostalgia, escrutando la calidad de su estatura humana, el pescante de su segundo plano, la prudencia de su silueta. La premura de su futuro. ¿Qué es la muerte sino el descuento de tiempo que necesitamos para seguir viviendo?

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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