Bajo la alimenticia pérgola de una novedad literaria

“Como el náufrago metódico que contase las olas que le bastan para morir; / y las contase, y las volviese a contar, para evitar errores, / hasta la última, / hasta aquella que tiene la estatura de un niño y le besa y le cubre la frente, / así he vivido yo con una vaga prudencia de caballo de cartón en el baño, / sabiendo que jamás me he equivocado en nada, / sino en las cosas que yo más quería”. (Luis Rosales)

Permítaseme una breve –que no perecedera- recomendación literaria a modo de guiño dominical. A veces conviene bucear por entre las submarinas frondosidades de lo inmarchitable. Y así, colándome de rondón en las sumergibles alternativas del piélago literario, procedo a titular este post bajo la alimenticia pérgola de la buena nueva: Cátedra Letras Hispánicas acaba de publicar un volumen –supersónico, opulento de poemas en prosa, prolífico de evocador lirismo - dedicado por entero a Luis Rosales. Tres son tres: La casa encendida, Rimas y El contenido del corazón. La columna vertebral de un poeta que jamás vendió su alma al diablo ni tampoco humilló la cerviz por un revitalizante plato de lentejas. Luis Rosales, ojos claros de escueto demiurgo de la palabra, eficiente adversario del tono indolente y mecanizado, reaparece ahora cuando la españolísima propensión al olvido retiene sin pudores la obra siempre en marcha –incluso después de la irresoluta visita de la Parca- de autores de la talla de este descifrador del amor como “soldadura más o menos autógena”. Siempre me cautivó la atemporalidad del almario de su poesía. No dejen pasar la ocasión: un libro no vale más que mil sentimientos pero el que nos ocupa al menos procura describirlos con conocimiento de causa.

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