Homenaje al cante por sevillanas

















Más de trescientas personas asisten en la Escuela de Hostelería a la más sentida antesala cantada de la Romería del Rocío

Un inspiradísimo –y de sobras generoso- José Mari Núñez fue epicentro del recital de sevillanas organizado por el Grupo Romero Caballero y el Círculo Cultural Rociero ‘Toque de Alba’


Para quitarse (sin aspavientos) el sombrero, para rasgarse (sin sotaventos) la camisa y para saltar (sin barloventos) la reja de un tiempo entonces sostenido como el capote de Curro en tarde de gracia. Qué noche la de aquel año de 2011 –era por mayo- cuando los preludios de una nueva Romería caracoleaban a su antojo –poderosos como faraones de la toná- en la garganta, en las entrañas y en la lingüística de canela y arena de José Mari Núñez Bravo. ¿Bravo o bravísimo durante la noche de ayer lunes en esa especie de Función Principal de Instituto del Sentimiento Rociero donde el cante por sevillanas se hizo confesión y alboroto, duende y demiurgo, metáfora y diástole, susurro y grito? Si el embarque de aquellas antiguas/antiquísimas letras rocieras de principios de los setenta levanta ahora una polvareda en nuestros primeros recuerdos de sevillanas de los Romeros de la Puebla, qué no alzaría –además de la amalgama de emociones indómitas, del despertar de una sensibilidad abierta en dos como un verso cercenado de hemistiquio-, qué no encumbraría, qué no remontaría la voz de José Mari Núñez en la Escuela de Hostelería cuando, en un repente, abrió de par en par la caja torácica de su verdad y de su beldad para rezar al son del tamborilero, al costadillo de su sangre y de hermano y acariciador de las cuerdas de la guitarra José Carlos García Pozo y al sombrajo de una Fe que es –siempre a lo Cernuda- realidad y deseo.

El Grupo Romero Caballero y el Círculo Cultural Rociero ‘Toque de Alba’ convocaban una nueva sesión del ciclo que organizan conjuntamente. En esta (que ni pintiparada) ocasión la impaciente espera reclamaba urbi et orbi el inédito homenaje a las sevillanas como canto y como cante, como banda sonora y como sinfonía del almario de los rocieros de pro. Subsistía en el ambiente imperante la desaforada ansiedad por despojar de capas una quizá reticente cuenta atrás: ¡Qué larga se nos está haciendo este año la llegada del Rocío!, aclamaba Chico Jorge minutos antes del comienzo del acto. Otra vez Jerez, la ciudad, la inminencia de los juncos de la orilla del Quema y el espíritu nunca etéreo de las carretas y las medallas renegridas y los credos y credenciales alrededor de la candela. De nuevo Jerez, ayer lunes, lenta y fluidamente iba poblando todo el aforo de la Escuela de Hostelería: hasta más de trescientas personas se hicieron todo oídos a la escucha, a la guarda y a la salvaguarda de la poesía que busca y que convoca las partículas insomnes del amor por la Madre de Dios.

Unas palabras de introito de Andrés Cañadas, una glosa corta y exacta, medida de entronque vivencial y mediada de experiencias como fontanas de lo inmediato, a cargo de Marco A. Gómez, presidente de la peña ‘El viejo simpecao’. Y ya seguidamente el súmmum, el acabose, la piedra filosofal de ese lenguaje desentrañado en la forja de un estremecimiento con resonancia de credibilidad: José Mari desentumeciendo los pulsos nunca exangües de lo mariano, abanderizando “un carro llenito de salpicones, qué gitanas su cortinas, qué bien puestas sus flores” y desestabilizando anticipadamente el lloro de los pinos del Coto. Así sonó, así sonaron, el cantaor y el guitarrista.

José Mari Núñez posee la misma patente de los articulistas de prosa y otra cosa, de los columnistas periodísticos a la antigua usanza: que tácitamente tienen entrada libre en todos los corazones -¿por mor de su empatía, de su benignidad, de su bonhomía?-, que se cuela de rondón y con absoluta naturalidad entre las costuras de nuestra predeterminación afectiva y enseguida saca abono en el palco abierto de cualquier lágrima derramada para los adentros. Fue generoso a raudales en el escenario de la Escuela de Hostelería. Entregado sin miramientos a su público. “¡A mí me gusta un fandango a lomos de mi caballo, y la niebla que rompe la mañana y qué me gustan los caminos que terminan en el cielo!”…

Loa y alabanza a las sevillanas desde su mismidad. Improvisación y musa, inspiración y arranque, serenidad, fuerza, armonía. José María Núñez se sintió libre en su elegía, en su elección, en su suma y sigue, en su polivalencia, en su ambivalencia. Suelto de manos, membrudo de tronío, salubridad rítmica que también alisa las arenas de los prolegómenos de la Romería. Cada vez que José Mari solicitó espacio para el cante en la Escuela de Hostelería aquella noche de 2011 –sí, era por mayo- ya no podíamos sino preguntarnos parafraseando los versos del inmortal Joaquín Romero Murube: “¿Qué músicas nos invitan a perdonar placeres? ¿Qué dulzuras nos abisman?”.


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1.- Chico Jorge, el cantaor José Mari Núñez, el guitarrista José Carlos García Pozo, Marco A. Gómez (peña ‘El viejo simpecao’), Marco A. Velo (Grupo Romero Caballero) y Andrés Cañadas (Círculo ‘Toque de Alba’).
2.- Fefo Benítez Rivero y Marco A. Gómez, de Cope-Jerez, brindando con familiares y amigos en el acto del pasado lunes.
3.- Chico Jorge, Marco Antonio Vallejo o Pepe Vegazo en el acto de fraternidad posterior al recital de sevillanas.
4.- Amparo Gil y Amparo Cortijo junto a familiares y cofrades de la Yedra en el patio descubierto de la Escuela de Hostelería.
5.- El protagonista de la noche, José Mari Núñez, feliz y contento rodeado de su gente rociera.
6.- Destacados rocieros como Pedro Larraondo, Manolo Vázquez y un sinfín de peregrinos y peregrinas posando para el objetivo de LA VOZ.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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