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Recibo algún e-mail de lectores gaditanos y comprendo cómo satisfactoriamente jamás escribí por compromiso alguno. Compromiso desde el punto de vista de mantener una postura impostada según la conveniencia de cada columna. No. Simplemente me dejo llevar por la corriente de ese riachuelo de aguas mansas o aguas inquietas, depende el instante, que soy yo y mis circunstancias y mi forma de afrontar las cosas y de responder ante las mismas. Nunca me he sentido esclavo de nada ni de nadie, pero este espíritu que siempre he fraguado para mis adentros no significa que me supiera liberalizado en cualquier situación. Conforme pasan los años suelo escabullirme discretamente de las personas y los ambientes divergentes o contrarios o contradictorios a mi forma de ser. Ni rechazo ni excluyo ni prescindo de quienes por pitos o por flautas forman parte de mi vida. Pero igualmente he llegado a comprender que mi vida también merece el respeto, el mimo y la consideración del derecho a relacionarse con espíritus afines. La elección de los amigos representa una potestad que nadie nos puede arrebatar. No estamos obligados a conciliarnos con todo hijo de vecino porque finalmente llegas a la conclusión –sabia conclusión- de que existe por estos mundos de Dios demasiados seres aburridos cuya única y malévola distracción consiste en prolongar sus complicadas existencias en el intento de complicárselas al prójimo.
Recibo algún e-mail de lectores gaditanos y comprendo cómo satisfactoriamente jamás escribí por compromiso alguno. Compromiso desde el punto de vista de mantener una postura impostada según la conveniencia de cada columna. No. Simplemente me dejo llevar por la corriente de ese riachuelo de aguas mansas o aguas inquietas, depende el instante, que soy yo y mis circunstancias y mi forma de afrontar las cosas y de responder ante las mismas. Nunca me he sentido esclavo de nada ni de nadie, pero este espíritu que siempre he fraguado para mis adentros no significa que me supiera liberalizado en cualquier situación. Conforme pasan los años suelo escabullirme discretamente de las personas y los ambientes divergentes o contrarios o contradictorios a mi forma de ser. Ni rechazo ni excluyo ni prescindo de quienes por pitos o por flautas forman parte de mi vida. Pero igualmente he llegado a comprender que mi vida también merece el respeto, el mimo y la consideración del derecho a relacionarse con espíritus afines. La elección de los amigos representa una potestad que nadie nos puede arrebatar. No estamos obligados a conciliarnos con todo hijo de vecino porque finalmente llegas a la conclusión –sabia conclusión- de que existe por estos mundos de Dios demasiados seres aburridos cuya única y malévola distracción consiste en prolongar sus complicadas existencias en el intento de complicárselas al prójimo.
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A veces, por razones laborales, familiares o por esas extrañas servidumbres de ciertos compromisos indirectos, pues estamos forzados a sobrellevar algunas amistades a regañadientes, con una diplomacia a prueba de bombas y siempre como respuesta a las más básicas normas de conducta. Por hache o por be solemos confundir la gimnasia con la magnesia en el campo de la interrelación con nuestros allegados. Cada vez estoy más convencido que uno de los pecados capitales de la incomunicación que actualmente asola a la humanidad es la incapacidad de ponernos en el lugar del otro y, sobre todo, la impulsiva negación a aceptar su personalidad. No ya a contemplarla como elogiable sino sencillamente a aceptarla. La incomunicación es un lastre que nos hipoteca espiritualmente. Ya sea de protección oficial o de renta libre.
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(Publicado en el periódico Jerez Información el 19 de junio de 2008)
A veces, por razones laborales, familiares o por esas extrañas servidumbres de ciertos compromisos indirectos, pues estamos forzados a sobrellevar algunas amistades a regañadientes, con una diplomacia a prueba de bombas y siempre como respuesta a las más básicas normas de conducta. Por hache o por be solemos confundir la gimnasia con la magnesia en el campo de la interrelación con nuestros allegados. Cada vez estoy más convencido que uno de los pecados capitales de la incomunicación que actualmente asola a la humanidad es la incapacidad de ponernos en el lugar del otro y, sobre todo, la impulsiva negación a aceptar su personalidad. No ya a contemplarla como elogiable sino sencillamente a aceptarla. La incomunicación es un lastre que nos hipoteca espiritualmente. Ya sea de protección oficial o de renta libre.
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(Publicado en el periódico Jerez Información el 19 de junio de 2008)