Yo estuve allí

In situ. Al pié del cañón de la actualidad. Al ladillo del suceso. Infiltrado en el desguace de la noticia. Crujiente en las rasgaduras del imprevisto. Andaba –pasea paseando en busca de una cafetería próxima a la Prioral- calle arriba, sol abajo. La tarde templaba su bonanza climatológica. Habíamos almorzado ¿frugalmente? en Valdelagrana. A nuestras anchas. Oxígeno de desconexión a tutiplén. Ninguna tolvanera de vacuidades en derredor. Atendidos con exquisitez, adivinación y modales a granel: ¡cómo colman los gustos del cliente una atención impoluta, de alta cortesía, adobo y cima de la profesionalidad! Debíamos regar tan deleitoso almuerzo con café y gin tonic. En el Puerto coexisten –casi fusionadas entre sí- terrazas de anchas aceras, tertulias entrecruzadas, jazmines en el ojal de la remembranza, juventud nada plebeya, reconstrucción de la causadora lenidad parlante, ensamblaje generacional y escurridizos ululatos de entretiempo. Y allá que nos plantamos acompasados por la santa relajación del lugar. Mas de pronto -¡zas!- el episodio surrealista de un helicóptero estrellado a ras del asfalto a punto de revivir la fiesta de la espuma de los apagafuegos. Calle San Juan, un barandal desprendido de cualquier azotea engarzaba cielo y suelo, como una voluta enrejada de precipitación. Al instante un revuelo de vecindario: madres jovencísimas –ataviadas con sus camisetas de andar por casa- abandonaron los domicilios de la collación precipitadamente abrazando siempre a sus benjamines. Una iniciativa –decidida, resuelta, ajena a titubeos- lanzó a varios voluntarios al SOS del accidente. Rapidísima actuación del Cuerpo de Bomberos. El exabrupto aéreo, como un eructo sin gas del dios Eolo, agitaron los hechos. Ningún herido de gravedad. Ni los tres extranjeros caídos como pájaros de alas cercenadas ni -¡oh Virgencita de los Milagros!- casuales viandantes predestinados a los flujos de la mala fortuna. Enseguida, cuando el espanto encontró sus salideros de la chisposa tranquilidad, brotó la gracia –que no la guasa- portuense. Chistes recargados de exageración, ocurrencia y ángel (no exterminador). Muchos curiosos congregados al alimón –yo, entre ellos- optaron por visitar de inmediato a la Virgen Patrona. El milagro nadie lo puso en solfa.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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