In ictu oculi, querido Antonio

Te has ido, querido Antonio, in ictu oculi. En un abrir y cerrar de ojos. Como desaparecen los caballeros bienaventurados –tú lo eras a la antigua usanza-, como se esfuma la inmunidad del buen gusto, como asciende a los cielos la horma de esa excelencia tan tuya y tan de nadie. Me siento –apenado, impotente, desencajado- al teclado del ordenador. Escribir tu necrológica constituye un ejercicio de imprevisto consumo. No puede la letra impresa –ni aún utilizando toda la fecundidad del alfabeto- aproximarse, si quiera grosso modo, a la magnitud de tu personalidad. Fuiste grande porque te agigantabas de ternuras. Simpaticón en el adarme del tú a tu. Responsable hasta la consumación. Representabas un tratado de las buenas maneras cuya aplicación práctica enseguida nos contagiaba de serenidad, de complicidad, de amenidad. Hombre agradable como los que nacer ya no suele. Para tantos, para muchos, compañero del alma, compañero. ¡Tan henchido, ay, de valores! ¿A do fue a parar –en el frufrú de un amén- toda tu impronta de amabilidad: la ascética del ser de cercanías? Hoy rescato de la moviola de los recuerdos, Antonio, aquella noche de verano en la que te erigiste –por derecho propio, por ganancia de tu jerezanía, por la andariega peripecia de tu inquietud cultural- en protagonista de un libro con sabor a fiesta antigua, a Jerez de otro tiempo, a patrimonio inmaterial, a corazón azul y blanco. Estabas feliz por un doble motivo que, al cabo, supuso una duplicada motivación: presentábamos públicamente –urbi et orbi- tu legado ‘Gloria y ocaso de la Fiesta de la Vendimia’ y además lanzaste el órdago –“la bomba” la llamaste entonces- de la recuperación de esta fiesta tan idiosincrásicamente jerezana. Tu alcaldesa, presente en el acto, recogió con firmeza el guante para tomar nota y rubricar a pies juntillas tamaña propuesta. Dicho y –a vueltas de un par de meses- hecho. Supuso, Antonio, tu penúltimo logro en pro de esta noble ciudad a la que amaste con perfiles de eternidad. Sé que habitas en las celestes estancias de lo inadvertido. Y que ahora comprenderás con cuánta distinción has sacado papeleta de sitio en el último tramo de la gloria. Por la calle Einstein y por la sede de la Academia te echaremos mucho de menos. Tempus fugit, Antonio, el tiempo se escapa, amigo. Se escapa, se escapa…

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(Necrológica publicada en el periódico LA VOZ al día siguiente del fallecimiento de Antonio Sanz Zamorano)

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