Tempora labruntur...



Titánica y tiránica

Aseveraba André Maurois que no existe un universo, sino varios. El apotegma (no confundamos con apotema) refunda en sí mismo toda la imprescindibilísima pedagogía de la virtud humana. Digresión conveniente y no convenida para los lectores interesados en el nombre propio que abre hoy este faldón periodístico: André Maurois es el seudónimo de Émile Herzog, novelista y ensayista francés insustituible en el autocontrol del pensamiento didáctico, colosal e indagatorio. Reapunten y repunten y pespunten las señas del escritor en las perneras de las carrerillas de fondo de una intelectualidad siempre renovable. André Maurois jamás desbarró en las quínolas de la redacción gratuita. Ensayista de fuste, de rumbosa subordinación estilística, de erizada explicitud gramatical –huye de las sinécdoques y de los pleonasmos- nuestro autor nos envuelve con los frotamientos de un Paris sugestivo y declamador. Efectivamente coexisten, conviven, residen y simpatizan en el hombre varios universos. Y aunque ya señalara Heráclito que nadie se baña dos veces en el mismo río –a la madrugada sigue el día como a la tempestad la calma-, tampoco debemos descartar la simultaneidad de nuestros mundos paralelos e interrelacionados. Y no por esta afirmación negaremos la sentencia de Ovidio cuando musicalmente declamó la subsiguiente perla literaria: “Tempora labruntur tacitisque senescimus annis, et fugiunt freno non remorante dies” (El tiempo corre, y silenciosamente, envejecemos, mientras los días huyen sin que ningún freno los detenga). Cuando vislumbro –estupefacto- el panorama político nacional, el radicalismo esgrimido por determinados periodistas en un ilegítimo ejercicio de imparcialidad, caigo en la cuenta -¿en la cuenta de la vieja?- de la falta de universos interiores de los españoles del siglo XXI. Porque la diversidad del pluralismo cultural acarrea indefectiblemente la aceptación –respetuosa, voluntariosamente encajada- de la opinión del prójimo. La correlación de universos internos como riqueza del crecimiento personal abre las perspectivas, los horizontes y los espacios de nuestra mente. Pero hoy, pérfidamente, cada cual se posiciona en la unilateralidad intransigente de una postura fundamentalista, totalitaria, titánica y tiránica. Y así nos luce el pelo, así decrecemos a paso de gigante y así nos volvemos micos. ¡Menudo puñado de calaveras blandiendo la bandera del egoísmo!  

(Artículo publicado -años ha- en el periódico Viva Jerez)

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