Emocionantísimo acto de confraternización el vivido
este pasado domingo por los cofrades jerezanos en otra de las actividades
enmarcadas en el programa del LXXV Aniversario de su Reorganización
¿Estaríamos capacitados para armonizar
en negro sobre blanco – en la estrechura contrita del papel, en la angostura
miniada de la escritura irresuelta- la modulación
incluso poemática de esa clara desmesura de sentimientos –emoción siempre
chorreante capaz de unir el signo de los tiempos- que los cofrades de las Cinco
Llagas sintieron –y nunca presintieron- en su de veras clarividente encuentro institucional –superlativamente
fraternal- con los insignes cofrades -¡cuánta inmensa categoría personal y
cristiana y crofradiera arracimada en todos ellos!- de la Junta de Gobierno de
la muy sevillana Hermandad de Jesús de la Pasión este pasado domingo con motivo
de otro nuevo acto programado por la cofradía jerezana al hilo del LXXV aniversario de su reorganización? La palabra
–que furtivamente nos rodea y nos embelesa- pretende alcanzar el transitorio
cénit de su expresividad más sensitiva. Cuando Dios interviene –en el entronque
de los ángeles y los duendes del destino- se hace posible aquel “lejos y en la
mano” como conceptualización –como quimera permutada en realidad- tan de la
sinfonía prosística de Joaquín Romero Murube.
Más de medio centenar de cofrades de
las Cinco Llagas se hicieron presentes en la Iglesia del Salvador para así
rubricar una (incólume) certeza que tampoco dispersaba el valor de la metáfora
devocional. Y la fulguración de la urdimbre de dos épocas, de dos geografías
concercanas, de dos oraciones con morfología de cruz al hombro. Jerez y
Sevilla, Vía-Crucis y Pasión, la admiración poliédrica y el Evangelio
desplegado junto a la austeridad del esparto. Los tonales abrazos de la
efeméride que los cofrades del Jueves Santo sevillano también hicieron suyos.
¡Con cuánta elegancia intrínseca recibieron estos nazarenos de negro –ahora
desprovistos del antifaz del testimonial anonimato- a los hermanos de las Llagas: abriendo
reguladamente todos los desgarros de la más doctrinal hospitalidad!
Una comisión de señores oficiales del
Divino Nazareno de Martínez Montañés –a Quien, a tenor de los entrecomillados
de las voces autorizadas, “sólo le falta hablar”- aguardaban risueños, humildes
en su portentosa humanidad, sencillos como el molde del cariño desinteresado, a
las puertas de su Casa de Hermandad, flanco izquierdo de esta monumental
iglesia de hechuras catedralicias que sabe de Casas Reales, de pies descalzos,
de algarabía de niños arrebujados en el cimbreo ilusionante de palmas
entrecruzadas al albor del Domingo de Ramos y pasos de plata de ley a la manera
de testamento inmortal de Cayetano González. En la mente de los cofrades de las
Cinco Llagas la confinación lírica a través de la rima del poeta antiguo y
siempre rescatado: “Pasión te llama Sevilla / y eres Pasión un clavel / dobla
hermano la rodilla / ante esta gran maravilla / de Martínez Montañés”…
Don Manuel Martínez Arce –este pasado
domingo entonces polivalente de sensaciones preliminares desde los balcones del
cielo- fue uno de los preclaros artífices de la Semana Santa de Jerez. Un
católico ensimismado en el acervo artístico-religioso de las cofradías.
Formación e inquietud. Credo y obras. Silencio y tenacidad. Don Manuel nunca
ocultó su rendida devoción por el Señor de la Pasión. Allí, ante sus
sacrosantas plantas, pasaba horas y horas toda vez visitara –por azares
laborales o por azahares emocionales- la Muy Mariana Ciudad de Sevilla. Cuando
en 1.939 lideró la reorganización de la Hermandad de las Cinco Llagas –la
primera tesela de un espíritu conservado hasta la presente- encargó a Ramón
Chaveli la ejecución de un Nazareno a imagen y semejanza del sevillano Jesús de
la Pasión. Empapeló entonces don Manuel todo el estudio de Chaveli, sito en
Plaza Mirabal, con carteles y enormes fotografías de Aquel Vecino Privilegiado
de rostro ligeramente encorvado hacia la lontananza de epicentro de la
religiosidad popular hispalense.
No pocos matices adoptó la Hermandad
de las Cinco Llagas en su primigenia inspiración de la sevillana de Pasión: la
austeridad de la estación penitencial, la permanente adecuación a los
postulados eclesiales, la cruz de manguilla en el diseño de la Cruz de Guía y
la armonía, la serenidad, la ingravidez de su Amantísimo Titular. El actual
Teniente Hermano Mayor de la Sacramental Cofradía sevillana don José Luis
Cabello –el Hermano Mayor don Javier Criado justificó su ausencia por
enfermedad-, acompañado de un buen número de miembros de la Junta de Gobierno y
hermanos antiguos de la corporación –entre ellos el número 5 de la nómina de
cofrades- mostraron a los cofrades de las Llagas todas las dependencias de la
Casa de Hermandad –explicando al detalle y al dedillo descripciones artísticas
y anecdotarios de muy variada índole-. Alcanzada la Sala Capitular el máximo
representante de Pasión otorgó a una comisión del Cabildo de Oficiales de las
Cinco Llagas presidieran dicho salón de Cabildos y conferencias. Toda la
concurrencia asimismo tomó asiento a lo largo y ancho de tan noble dependencia
–de cuyas paredes colgaba el preciosismo de la antigüedad y la Historia nunca
relegadas a las acechanzas de la amnesia colectiva-.
La fluidez verbal, la energética
oratoria, la caudalosa memoria de don José Luis Cabello dejó -¿al albur del
flujo y el reflujo de la espontaneidad?- absorta a la concurrencia. Principió a
explicar –henchido de amabilidad y corrección gramatical- los orígenes incluso
antropológicos de la corporación penitencial que ahora encabeza a efectos prácticos.
Una ponencia digna de las más exigentes tribunas académicas. Entroncando una
época con la siguiente, enlazando génesis históricas con el dédalo de las
consecuencias ulteriores, desplegando de memoria –sin folios ni meros apuntes a
guisa de esquema- una cantidad incalculable de nombres, de fechas, de autorías,
de acontecimientos, de simultaneidades hegemónicas… En efecto: he aquí que
primero fue el verbo… El Teniente Hermano Mayor de Jesús de la Pasión recibió
un atronador aplauso a la par que, a mayor abundamiento, iría seguidamente
respondiendo todas cuentas preguntas surgieron sobre la marcha. La Casa de
Hermandad de Pasión es un verso inacabable. Un poema compuesto al tenor de los
silencios de quienes precedieron en prez y honra a los actuales cofrades -¡ah
antaño y hogaño como dos afluentes del río de la obra en marcha que siempre
constituye el seno interno de una Hermandad!-.
Ocuparon la presidencia del acto el
Hermano Mayor de las Cinco Llagas don Juan Lupión Villar, el ex Hermano Mayor
don Marco Antonio Velo García, el secretario don Ernesto Romero del Castillo y el
vocal de mayor antigüedad don José Valderas Domínguez. Fue precisamente don
Juan Lupión quien, tras dar lectura a un emotivo discurso cuyos renglones
autoafirmaban el inequívoco cruces de senderos de ambas instituciones
penitenciales, entregó al sr. Cabello un cuadro que, presidido por la sobrecogedora imagen de Nuestro Padre Jesús de la Vía-Crucis
–esplendorosa instantánea del también cofrade de San Francisco don José Soto
Rodríguez, presente en el acto- dictaba una leyenda que textualmente decía así:
“La Hermandad y Cofradía de Nazarenos
de las Sagradas Cinco Llagas de Cristo, Nuestro Padre Jesús de la Vía-Crucis y María Santísima de la Esperanza, establecida canónicamente en el Real Convento de San Francisco de la
Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera a la Archicofradía del Santísimo Sacramento y Pontificia y Real
de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de la Pasión y Nuestra Madre y Señora de la Merced,
muy sevillana cofradía que gloriosamente fue refulgente espejo y magistral
inspiración de nuestros excelsos hermanos reorganizadores al punto y hora de la
Reorganización de esta señera y jerezana Hermandad en el año de Gracia del
Señor de 1.939. En nuestra rendida admiración y común amor a Jesucristo Nuestro
Señor. LA JUNTA DE SEÑORES OFICIALES. Con motivo del LXXV Aniversario de
nuestra Reorganización (noviembre 2014-noviembre 2015), a 21 días del mes de
junio de año de Gracia del Señor de 2015”.
Hubo –conservando las formas que reiteradamente reivindicara (en
su innegociable conservación) el recordado don Juan Delgado Alba- reciprocidad
e intercambio de recuerdos enmarcados por la moldura barroca de los afectos. Un
cuadro de considerables proporciones donde la faz del Señor de Pasión derramaba
por todos sus costados destellos de la Doctrina de Cristo. Menuda catequesis
gráfica con faldón a la manera de placa también con dedicatoria apasionada. Y
nunca mejor seleccionada la adjetivación “apasionada”. Y, a continuación, una Eucaristía
compartida por ambas Hermandades –en cuya homilía el sacerdote dirigió un
encendido mensaje sin paliativos ni ambages a los cofrades jerezanos: “Luchad
siempre por vuestra Hermandad de las Cinco Llagas, y no os desesperancéis en
los malos momentos, porque la Historia, vuestra Historia, siempre la lleva
Dios”-. Posteriormente todos los asistentes acudieron a la Capilla de Plata
–altar de eternidad y paráfrasis, de líneas fronterizas ahora atravesadas por
el recuento del Amor al Altísimo-. Besos en el talón de la atemporalidad.
Susurros y manos apretadas. Lágrimas derramadas en el crisol de cualquier
secreto. La poesía que reza en sus adentros. El parecido físico “con el
Nuestro”. La blanca estela de la incardinación mercedaria. El tropel de fingimientos
inexistentes. La foto de familia que consagra el encuentro. ¿El reencuentro, en
puridad, don Manuel…? Setenta y cinco años atrás un joven de calvicie
incipiente y nariz porrona se arrodillaba en soledad aquí mismo. Hoy toda una
Historia y una suprema continuidad avalan y prosiguen aquel latido de su
corazón…
La jornada dio mucho más de sí. Almuerzo y convivencia de la
expedición de los cofrades jerezanos en el restaurante El Pelícano.
Divertimento, amistad, risas, coloquio, sol y lluvia, ambiente de muchísima
unión. Visitas –contándose en cada una de ellas con guía especializado- a las
Hermandades (capillas, museos y tesoros) de Monte-Sión, de la Divina Pastora de
Santa Marina y -¡cómo no!- la ascética interiorización de la acudida a la
siempre balsámica llamada de la morada de Santa Ángela de la Cruz. Hilera de
cofrades entonces arrodillados ante su ejemplaridad sempiterna y bolígrafos
mojados en el tintero de la sangre propia para escribir renglones de peticiones
y plegarias íntimas. A las ocho de la tarde partía el autobús de vuelta a
Jerez. Cansancio sólo físico, reparto de estampas, satisfacción a raudales,
experiencia histórica, memorable, gozosa, inolvidable, agradecimiento unánime a
Cristo por la dicha de habernos acunado en el nacimiento y en el permanente
renacimiento del sentir cofradiero…