Tampoco es menester cultivar el dominio de la greguería literaria en clave de plática cofradiera. En los albores de la pasada Cuaresma escribí sobre los críticos y los teorizantes. La diferenciación de ambos arquetipos, por sintomáticos, resulta ahora innecesaria. El cofrade tiende a divagar –que es cultivo de la praxis del pensamiento- y también a delirar –que será tergiversación de una racionalidad al menos imprudente-. Quien divaga, no delira. Quien delira, jamás divagó. Los delirios –ya sean de grandeza o fruto de la ignorancia hecha pública y notoria- saltan a la torera en la (traicionera) espontaneidad –un poner- de las redes sociales. Se puede soltar de sopetón una solemne pamplina. Pero no dos seguidas, fratello. Y si ya forman parte del arsenal del denominador común y de la constante vital de la yema de los dedos, entonces apague usted el cirio y marchemos de nuevo a la anonimia por el camino más corto de entre los posibles. Empero divagar constituye riqueza del intelecto e instrucción de propios y extraños.
Divagar es construir una realidad no visible
según los anteojos de nuestra interioridad. Extraerla además del fuero interno
del prójimo cuando éste desconocía los significantes de sus percepciones y de
sus filiales sensaciones. El cofrade de pura cepa divaga sin saberlo a priori.
Es un corredor de fondo de significados sin vocablos expresos. Un evocador
mudo. Un divagador innominado. El cofrade maneja diestramente, por decirlo con
expresión de Joaquín Romero Murube, “la sabiduría infusa de la sangre”. Sangre
de muerte de Cristo y sangre de chorreones que corren por las concavidades su
organismo más pasional y trascendido. Murube fue un fascinante divagador:
“Nosotros no definimos: divagamos. No aspiramos a tener mayor consistencia que
la de una brisa cabalgada por purísimos aromas”.
El cofrade ha de adiestrarse en el primigenio manejo de la
divagación. No suscribirse al runrún de lo manido. Adjetivar aquello que escapa
a la retina de lo puramente visible. Y teorizar sin miramientos. Quizá exista
una propagación nada seductora del común discurso cofradiero. Una cantinela
fabricada en serie. Salidas de idéntico troquel. El mismo punzón en el habla.
La opinión dominante y dominadora. Los tópicos. Las típicas. No obstante la
realidad es poliédrica. Imagínense la dimensión que alcanza y que propaga los
pulsos también etéreos de la Semana Santa, ese retorno con solfas de minué
sacrosanto. Divaguemos, siempre de frente, venga de frente, en los significados
aún no traducidos de la colosal enciclopedia del bendito sentir cofradiero.