Los profesores García Romero y Ortolá Salas actualizan a Sócrates Escolástico

Ambos investigadores coordinan la primera traducción española de la obra histórica griega de Sócrates de Constantinopla 

El profesor y académico jerezano Francisco Antonio García Romero y el titular del Departamento de Griego de la Facultad de Filología de la UCA, Fco. Javier Ortolá Salas, han coordinado la traducción, estudio y comentario de los siete libros de la Historia eclesiástica de Sócrates de Constantinopla, más conocido como Sócrates  Escolástico, para la prestigiosa colección Biblioteca Patrística de la editorial Ciudad Nueva. Acaba de salir publicado el primer volumen que incluye los libros I-III. El segundo verá la luz en diciembre con los libros IV-VII.

El equipo lo han integrado además el también jerezano Fernando Alconchel Pérez, el sevillano Manuel Acosta Esteban y los profesores de la UCA Joaquín Ritoré Ponce e Inmaculada Rodríguez Moreno. Los dos coordinadores no solo han traducido partes de la obra sino que han tenido a su cargo las  introducciones que se incluyen en los dos volúmenes y Francisco Antonio García Romero, además, ha realizado los completísimos índices de nombres y lugares (con más de 1500 entradas), que orientan al lector en la búsqueda de personajes y asuntos en una historia tan amplia y densa.

A pesar del título, la obra de Sócrates Escolástico, un autor de los siglos IV-V d. C., no se limita a la historia de la Iglesia y del cristianismo, sino que de manera concomitante resulta una fuente primordial para el conocimiento del Bajo Imperio, desde Diocleciano a Teodosio II. Cuenta también con el mérito de la objetividad, como el propio autor señala desde las primeras líneas: “Pero nosotros, que nos hemos propuesto referir por escrito los hechos sucedidos en las Iglesias desde su época a la actual, daremos comienzo a nuestra obra desde donde Eusebio de Cesarea concluyó, sin preocuparnos de usar un estilo ampuloso, sino contando todo lo que hemos hallado en los documentos escritos o hemos oído de quienes nos han relatado la historia”.    

Así, desfilan por sus páginas personajes de la importancia de Constantino, Arrio y los arrianos, el gran Osio de Córdoba, Manes y los maniqueos, Antonio y Atanasio, Basilio de Cesarea, Gregorio de Nacianzo, Juan Crisóstomo e Hipatia de Alejandría, o todos los emperadores de la época: Constantino, Juliano, Valentiniano, Teodosio... Y se narran acontecimientos trascendentales como los Concilios de Nicea, Milán, Calcedonia o Éfeso, así como el reparto del Imperio, la caída de Roma en manos de Alarico, el conflicto entre paganos y cristianos o los comienzos del “cesaropapismo”, en un relato de fácil y amena lectura que nos lleva de Roma a Constantinopla y de Jerusalén a Alejandría.  

Muy probablemente Sócrates fue cristiano novaciano, pero su historia no es reivindicativa, sino todo un modelo de tolerancia, con elogios y críticas que no nacen del partidismo sino de la más sincera objetividad. Ejemplo singular de esta característica es la narración del asesinato de Hipatia.

El trabajo de estos profesores pone de relieve el valor de una obra que tiene una notable actualidad desde el momento en que son la paz y la tolerancia religiosa los fundamentos que Sócrates quiere para su mundo... y nosotros para el nuestro.

Pasajes muy conocidos y citados del autor son, por ejemplo, la batalla del puente Milvio y la aparición en el cielo del lábaro o el asesinato de Hipatia de Alejandría:
I 2. De qué manera el emperador Constantino vino a convertirse al cristianismo. El lábaro y la derrota de Majencio en el puente Milvio (305-313).

… Pero Majencio oprimía de mala manera a los romanos, tratándolos al estilo más de un usurpador tiránico que de un emperador, cometiendo adulterio a sus anchas con las esposas de los hombres libres, además de matar a muchos y perpetrar fechorías parecidas. Cuando lo supo el emperador Constantino, fue para encargarse de librar a los romanos de la esclavitud bajo aquel yugo, poniendo de inmediato toda su preocupación en ver de qué modo acabaría con el usurpador. Y en medio de esta gran preocupación iba pensando a qué dios invocaría como protector para la batalla. Tenía en mente que a los de Diocleciano no les sirvió de nada su buena predisposición respecto a los dioses paganos y advertía, en cambio, que su padre Constancio, que dio la espalda a las prácticas religiosas paganas, pasó más feliz la vida. Pues bien, se encontraba en esta indecisión cuando, de camino a algún lugar con sus tropas, le sobrevino un espectáculo milagroso e indescriptible. A eso del mediodía, con el sol ya declinando, vio en el cielo una columna de luz en forma de cruz en la que unas letras decían: «Con ésta vence» (In hoc signo vinces). Con su aparición esta señal perturbó al emperador y, casi sin dar crédito a sus propios ojos, incluso les preguntaba a los presentes si también ellos habían disfrutado de la misma visión. Y ante el común acuerdo, el emperador se reconfortó con la divina y milagrosa aparición. Y al llegar la noche, ve en sueños a Cristo que le decía: «Prepara una reproducción del signo que has visto y tenlo dispuesto contra los enemigos como un trofeo eficaz». Convencido por este oráculo, prepara el trofeo en forma de cruz, que hasta hoy día se conserva en el palacio imperial, y con mayor ánimo iba encaminándose hacia su objetivo: traba combate con él delante de Roma cerca del puente llamado Milvio y lo vence; Majencio se ahogó en el río. Fue en el séptimo año de su reinado cuando consiguió la victoria sobre Majencio.


VII 15. Hipatia (marzo del 415, Cuaresma).
Había una mujer en Alejandría cuyo nombre era Hipatia. Era la hija del filósofo Teón y llegó a tener una cultura tan grande como para alcanzar cotas muy por encima de los filósofos de su época, además de recibir en sucesión la escuela platónica procedente de Plotino y exponerles todos sus conocimientos filosóficos a los que querían. Por eso también concurrían ante ella los que, de todas partes, querían instruirse en filosofía. Y gracias a esa digna espontaneidad al hablar que la asistía en virtud de su gran cultura, no solo iba y se presentaba con total castidad ante los magistrados, sino que no sentía empacho alguno de aparecer en medio de reuniones varoniles; y es que, por su extremada castidad, todos la respetaban más aún y se quedaban asombrados. Lo cierto fue que, entonces, la envidia aprestó contra ella sus armas. Y en efecto, como con bastante frecuencia solía encontrarse con Orestes, esto provocó contra ella, entre el pueblo de la Iglesia, la calumnia de que era ella misma, por tanto, la que no permitía que Orestes entablara amistad con el obispo. Y así, unos sujetos de ánimo exaltado a los que acaudillaba Pedro, un lector, confabulados acechan a la mujer cuando volvía de algún sitio a su casa: la tiraron de su litera y la arrastran hasta la iglesia que recibe el nombre de Cesareo y, después de quitarle el vestido, la mataron con cascos de vasijas, descuartizaron sus miembros y los llevaron al llamado Cinarón, donde les prendieron fuego. No poco fue el descrédito que esto les ocasionó a Cirilo y a la Iglesia de los alejandrinos: pues ajenos totalmente a las ideas cristianas son asesinatos, luchas y cosas como éstas. Y estos hechos acontecieron en el cuarto año del episcopado de Cirilo, en el décimo consulado de Honorio y el sexto de Teodosio, en el mes de marzo durante la Cuaresma.


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