Réquiem por Camilo de Caso



Marco A. Velo – Jerez íntimo - Diario de Jerez

La muerte es un mal trago de la cabezada definitiva. La sombra de la penumbra. La penumbra de la negritud. La negritud del vacío. Un ronroneo insano del toma y daca entre el más acá y el más allá. Multa paucis. La muerte no lima asperezas sino más bien motea todos los desentendimientos. ¿Mirabile dictu? ¿Mirabile visu? Cuando el hombre es, la muerte no es; cuando la muerte es, el hombre no es. La muerte es el detritus del futuro pluscuamperfecto: una especie de hilarante vagabundeo entre el jamás y el nunca. La muerte desbarra a sus anchas, ataca a bocajarro, vocifera en sordina y destila una voz gutural imperceptible para el diablo mundo.

Un servidor de usted empuña la estilográfica más lóbrega y suntuaria de entre las posibles: la que -doliente y adolorida- derrama sintaxis de necrológicas. El obituario no es un género periodístico que cultive la mercaduría del botafumeiro sino la constatación en prosa -ya sin prisa- que pronto pugna contra la amnesia colectiva. Es costumbre no extinta: el inicio del año -de cada año- derrama un puñado de esquelas que proyectan y rotulan nombres -por lo común renombres- allegados a tu pálpito vital. La pantalla digital me asaltó el pasado viernes -ante meridiem- con un zarpazo atronador a modo de titular noticiero: “Ha muerto don Camilo de Caso Garrido”. Edad nonagenaria sostenía el finado. Ipso facto acentué -a pie firme, a pie enjuto- tres cavilaciones. La primera: el parafraseo del verso del poeta: “Sólo lo excepcional es duradero”. La segunda: la aseveración del excelso escritor y periodista Carlos Luis Álvarez ‘Cándido’: “Cada hombre es irrepetible y jamás vuelve a nacer y ese hecho único es el tejido mismo de su dignidad”. La tercera: un arsenal de floraciones con fotogramas de remembranzas que inevitablemente -y a (donosa) voluntad- me retrotraen a mi infancia… Machadianamente podría confesar que mi infancia son recuerdos de un patio de… La Salle.

Hubo en Jerez una pléyade de educadores lasalianos que marcaron época -que dejaron huella, que imprimieron carácter- para generaciones y generaciones de alumnos. Fueron el sistema neurovegetativo de nuestro florecer a la vida. Maestros por vocación que nos aleccionaban en la cultura de los valores humanos. Y en el academicismo troncal de la vía humanística. La Salle siempre ha supuesto un valor adicional, un hecho diferencial y un distintivo de calidad. Quienes por sus aulas pululamos sabemos a ciencia cierta de qué oxígeno -de qué instrucción y de qué fraternidad- hablamos.

Don Camilo y don Manuel de Caso. Don José Ramón Fernández Lira. Don Manuel Diosdado. Don Manuel Pareja (a Dios gracias aún entre nosotros). Otra estirpe. Otra raza. Otro magisterio. Don Camilo era un hombre recto y cariñoso a la misma vez. Pelo planchado hacia atrás, nariz rectilínea, retina muy expresiva, mediana estatura, elegante en el vestir. A su hieratismo profesoral se unía la empatía de una sonrisa tácita frente a la algarabía de niños que en su derredor tocaban el “Arde Londres” en clase de flauta. “Porque yo supongo que ustedes sabrán lo que es una flauta”.

Don Camilo encarnó al maestro que más años impartió clases en la Salle. Comenzó en San José (preparando al alumnado para el ingreso en la Escuela de Comercio o indistintamente en el Instituto). Más tarde, ya pleno año 1954, formó parte del primer claustro de profesores del mítico colegio La Salle de la Alameda Cristina. Y, por descontado, andando el tiempo a paso de siete leguas, de la Salle Buen Pastor, sito en calle Antona de Dios. De seguro legiones de jerezanos recuerdan hoy las clases particulares que compaginaba entre su Academia de calle Chancillería y la de su hermano Manuel en calle Valientes. Toda una existencia entregada, a manos llenas, a la pureza de la enseñanza. Decía el literato que “todo es permutable por todo”. Por esta razón yo cambio ahora el estupor de la muerte -esa incauta intrusa- por el fogonazo austral de los recuerdos. Los mismos que, por aleccionamiento de don Camilo de Caso, aún me siguen enseñando hoy a ser un hombre de bien.

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