Pepe Valderas



Marco Antonio Velo – Jerez íntimo – Diario de Jerez

Por la vieja calle del alba -allá donde el azahar en flor amalgama sus fragancias de nostalgias antiguas- viene una cruz de guía que divide en cuatro la veladura de esta (asfixiante) atmósfera con olor a muerte. Estamos oyendo -ahítos de lágrimas de sal- las campanas de su manguilla. Es una cruz de plata y oro que alza los cimientos de la nostalgia. Que enumera y remunera el versículo jerezano de los nombres de Jesucristo. Tan de título de fray Luis de León. Tal así el aura esplendente del cofrade cum laude, del nazareno revestido de túnica blanca -nazareno de andar dificultoso, de mirada de agua clara, de ancho esparto, de fidelidad al santo hábito hasta el final de sus días y sus noches- que ahora transita al llorar de mi lengua: bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán al Señor de la Vía-Crucis.

Llega la cofradía a la altura imprecisa de nuestra retina. El dolor estalla, la ausencia explosiona. La noticia se desparrama. ¿Qué Pepe Valderas ha muerto como el collar del niño yuntero al pie quebrado del poema de la vida? ¿A do fue a parar su simpatía todopoderosa? ¿Estamos escuchando ahora entonces el tintineo de las campanas de esta Cruz de Guía o por el contrario cuanto oímos es el llanto acompasado de nuestra tristeza, de “esa pena tan grande” que el secretario de la Hermandad me confesara por whatsapp desde el hospital San Juan Grande? Yo hoy veo a Pepe, agarrado de mi brazo, a la salida de un entierro diciendo: “No somos nada, y luego queremos comernos unos a otros”. Yo observo a Pepe ordenando archivos, pegando sellos en la secretaría de la Casa de Hermandad, repartiendo cartas de hermanos. Pletórico, henchido de satisfacción, en la presidencia de la sala capitular de la sevillanísima Hermandad de Pasión cuando la suya de las Cinco Llagas visitara corporativamente a esta madre y maestra cofradía del Jueves Santo hispalense. “Estos actos del 75 aniversario son algo muy grande, hijo”.

Yo vislumbro a Pepe, con una sonrisa de oreja a oreja, en tarde noche de boda en San Marcos, tan elegante él enfundado en su chaqué clásico. Yo miro a Pepe regalando botellitas de Cardenal Mendoza. Y también, lento en la articulación de palabras, para dirimir máximas: “En una Hermandad ni se difama ni se roba (…) A un Hermano Mayor siempre hay que respetarlo y apoyarlo aunque a veces no se esté de acuerdo con él”. La broma socarrona, el cultivo de un sentido del humor negro e ingenioso. Yo lloro a Pepe, en una mañana de feliz natalicio, entrando él de puntillas en la habitación del hospital Puertas del Sur para regalar un abrigo “muy bonito” hecho a mano por su mujer Pepi para el recién nacido. Y rescato ahora a Pepe sintiendo delirios por sus hijos Juan Diego y Eduardo. Y plenitud del alma por su nietecita Loreto. “Mira, hijo, las fotos que tengo en el móvil de mi niña: lo grandecita que está ya”. Yo veo a Pepe riendo a carcajadas en el restaurante El Pelícano. Echándole guasa sana al vinagre de lo cotidiano. Saliendo el primero de San Francisco, en Madrugadas Santas, para abrir la Casa de Hermandad. Y Pepe cumpliendo con la procesión del Corpus y la Merced, calzando sus zapatos castellanos que ahora -en bolsa de Sánchez Romate- hubo que introducir a posteriori en el ataúd por aquello de las normas tácitas de las supersticiones no escritas. Y Pepe Valderas -verso de un soneto a lo divino- que se hincha de trabajar a destajo por su Hermandad. Sin altanerías ni vocinglerías. Al biorritmo de lo desapercibido.

Y Pepe entornando los párpados al pronunciar “gracias” cuando la extremaunción gravitó sobre su corpórea horizontalidad. Y Pepe fundando la asociación de ayuda al pueblo saharaui -cargando infinidad de camiones y recogiendo a tantísimos niños- y añadiendo a su familia a la también ya hija Maila y a la nieta adoptiva Sara -ambas al unísono llorando amargamente desde el Sahara-. La cofradía ya se aleja. Por la calle del alba achica su altura la cruz de manguilla de las campanas de nuestro llanto. Es la cruz de la sencillez, es la cruz del cariño, es la cruz del amor. Sí, amor. El que Pepe regaló a raudales sin pedir nada a cambio. “Mañana, hijo, nos vemos en la Hermandad”.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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