Tempus fugit: en polvo te convertirás



Marco A. Velo – Jerez íntimo – Diario de Jerez

James Hilton, en su novela ‘Horizontes perdidos’, creó y recreó cuasi una tierra de felicidad permanente -al estilo de la mítica utopía del Himalaya- a la que denominó Shangri-La. En sus transgresoras y sanadoras páginas todos los que allí habitan son prácticamente inmortales. Pero no obstante -si repasamos de hoz a coz su dramatis personae- ninguno posee el (interplanetario) elixir de la eterna juventud. Quizá porque -¡craso error del hombre lindero del siglo XXI!- no debamos concebir la eterna… sino la constante -¡estado mental siempre: predisposición hacia el carpe diem!- juventud. Viene a cuento y a colación este -voladizo y no volandero- introito a resultas del inicio, pasado mañana, de la cuenta atrás, de la impaciente desmedida del almanaque a ojos vistas de los católicos: la Santa Cuaresma.

El Miércoles de Ceniza nos propina un sopapo electrizante en la mejilla menos irredenta. Ya he comentando e incluso escrito por activa y por pasiva que -con solución de continuidad además: marciare, non marcire: avanzar, no pudrirse- nos sumergimos de rondón en el diccionario de sinónimos de la vanagloria, de la megalomanía, de las leyes de cartón mojado del yoísmo. Sin embargo -¡zasca en el cogote!- la imposición de la ceniza nos recuerda que el hombre es frágil, rompible, quebradizo, finito, tierra en potencia. “Si al final seremos tierra nada más”, cantaba Victoria Abril en la melodía de cabecera de la recordada teleserie ‘La barraca’. No inmortales como en el negro sobre blanco de la obra ‘Horizontes perdidos’ de James Hilton. No. En la horizontalidad del Miércoles de Ceniza subyace la verticalidad de la reinterpretación del tiempo. Tempus fugit.

Porque el tiempo es el breviario del abrir y cerrar de ojos. El minutero de Valdés Leal. In ictu oculi. Puro Ovidio: “El tiempo corre, y silenciosamente envejecemos, mientras los días huyen sin que ningún freno los detenga”. Puro Plutarco: “Tener tiempo es el bien más preciado para quien aspira a grandes cosas”. Puro Oscar Wilde: “Cada instante que pasa nos arrebata un trozo de rostro”. A veces, por veces, a menudo -tan bravucones, tan fanfarrones- nos creemos al desgaire los dioses del Olimpo de nuestro derredor. Superhombres de agua destilada al fin y a la postre. Sobreviene la Cuaresma acunando y acuñando sus enseñanzas poliédricas. Y su único mandamiento. La cruz en la frente es el imprimátur del Génesis (Cap.3, Vers. 19). Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem revertitis”.

Pero el prefacio de la Cuaresma también ha de instruirnos en la destreza de la gestión del tiempo. El hombre moderno está llamado a saberse gestor de contenidos. Todo un súmmum del arte. ¿Una ligera y alígera digresión filosófico-humanística? Los clásicos griegos y romanos mixturaban la conceptualización del tempus como una suma de saber, pensamiento, conocimiento, física, química, biología, matemáticas, creación artística, filosofía, política y así hasta un continuum enumerativo de sabias y escientes disciplinas. Leamos -siempre a renglón seguido- a Platón, a Anaximandro, a Borges, a Aristóteles, a San Agustín y hasta a Martin Heidegger (quien escribió un sesudo tratado sobre el “Concepto del Tiempo”). Y es que el calendario no retrocede ni recula ni atiende a vagas distracciones -sed fugit interea, fugit irreparabile tempus-.

En esta mañana de lunes que amanece quebrando albores de primavera –como un nihil obstat de las vísperas en contradanza- he mirado de soslayo “la insoportable levedad del ser" que agita y agiliza mi reloj de muñeca. Para no olvidar jamás -ni menospreciar a bulto- la moraleja de ‘Alicia en el país de las maravillas’. Anunciemos a bombo y platillo la buena nueva de la Santa Cuaresma para de nuevo levantar la tapadera –haz y envés, envés y haz- de la misma moneda: aquella que igual muestra la cara desfigurada –prieto rictus- de nuestros pecados que la cruz arbórea de la salvación.  ¿Aprenderemos por enésima vez la nunca alegórica lección –azogue y tictac- de la ceniza? ¿O por el contrario -tan atragantados de contrahechas ínfulas- proseguiremos aferrados a nuestras vanidades de baja estofa? Sin atender a que -mientras sí, mientras no (y delante de nuestras narices)- el tiempo pasa como un ágil correcaminos: resbaladizo, atronador, implacable…

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