Angelita, Genaro y la dirección contraria



Marco A. Velo – Jerez íntimo – Diario de Jerez

Alfa: En su novela ‘El torero Caracho’ Ramón Gómez de la Serna -el versátil creador de las greguerías- escribió lo siguiente: “Los tranvías en dirección contraria a la plaza chirriaban de disgusto en las curvas”. Viene al pelo la frase en cuanto entronca con una conversación a tres que mantuve el pasado viernes con dos periodistas sevillanos tan leales como amigos: el uno de Onda Cero y el otro de ABC. Parlamos por largo. Al amparo de una ensaladilla de pulpo a  la gallega. En la Canasta del catavino encestamos el rico elemento de Williams. Los tres más anchos que panchos. Y salió a colación -como en Big Bang del decurso de nuestra charleta sin orden ni concierto- las favorables o gravosas consecuencias de tomar la dirección contraria -como acto responsable o negligente- cuando posees mando en plaza. Cuando barajas poder institucional. De mayor o menor grado. Tomar la dirección contraria tiene su haz y su envés. Adoptar una actitud subversiva -a contracorriente- en pro de la mejora de la mayoría es signo que honra al dirigente. Por el contrario: tomar las de Villadiego y saltarse a la torera la norma escrita -la ley, la normativa en vigor- aprobada por los órganos competentes para así escenificar un abuso de poder resulta, cuanto menos, poco edificante. Existe una diferencia sustancial entre estas dos maneras de tomar la dirección contraria: la primera es justa porque -en su rebelde giro copernicano- anhela el bien común; empero la segunda -en su aplicación unilateral- sólo beneficia a la parte por el todo.

Beta: Cruzo de este a oeste la Plaza del Caballo. Hace un frío que hiela el costillar. Las bufandas ocultan toda comisura de los viandantes. Sin embargo el sol asoma en lontananza: como un guiño dorado del difuso horizonte. Que suban las temperaturas sólo es un litigio del pensamiento. Un toma y daca del presentimiento. Me topo de bruces con Angelita Gómez, que es torbellino de bondades con pestañas de arrobo adolescente. La mirada de Angelita no ha cumplido nunca más de diecisiete años. En su retina perdura la belleza de lo inmarchitable: la vivacidad sin trabazones: la porción de realidad que siempre conserva su pureza (femenina). Angelita Gómez gesticula en su expresivo lenguaje no verbal. Y me regala la cadencia de un verbo que traduce la candileja serena de la edad adulta. Anduvo pachucha esta bailaora inimitable. Nos dio un susto de órdago a sus allegados. Aquel zarandeo de la salud ya es pasto de olvido. Aunque no descuida su recuperación: “Ya me encuentro mucho mejor pero no salgo por la noche, por eso no puedo ahora asistir a los actos de la Academia. Me tengo que reservar porque puedo coger una neumonía y el médico me ha dicho que, con el tiempo que hace, sería fatal para mí”. Nos profesamos cariño mutuo. Ella depara raigambre artística a la ciudad. Nos despedimos a cámara lenta. Me marcho esbozando una sonrisa que no esconde ninguna superficialidad. Angelita, siempre rítmica y siempre dulce: como la destreza racial del baile flamenco.

Gamma: Mi hermano y amigo Genaro Benítez Gil -durante décadas exquisito y elegante embajador del vino de Jerez por medio mundo, como un minué coreográfico de las buenas formas con una venencia en la mano- está de franca enhorabuena. Acaba de ser abuelo. Ha nacido a la vida -como una explosión que irriga sangre a la nova bienaventuranza- el niño Genaro Benítez Roa, hijo de Genaro Benítez Ruiz. De casta le viene al galgo y de tal palo, tal astilla. Antes que después este flamante abuelo recibirá el reconocimiento local que con creces merece. Su labor social -gratis et amore- en aras de los más desfavorecidos ha de corresponderse con nombramientos que ya se hacen esperar en demasía. Discípulo aventajado de Pedro Guerrero González -jesuita que su santa Gloria goza- y cofrade innominado. Genaro está hecho de otra luz y de otra plática. Como un verso de fulgor y léxico. Como la sarga blanca de una túnica nazarena.

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