Calle Morenos: quién te ha visto y quién te ve
Marco A. Velo – Jerez íntimo – Diario de Jerez
El pan, la leche y dos Phoskitos. Dos Phoskitos cuya bolsa envoltorio abríamos con pulcritud artesanal para así hacernos con el cromo de los disfraces de Bigote Arrocet. El pan, la leche y los dos Phoskitos constituía el recado que Ana María, aquella santa con las piernas trazadas por los afluentes del caudaloso río de las varices, encargaba a sus dos churumbeles más pequeños -ambos ya de vacaciones- para la veraniega compra matutina en el puesto de Paca. Corrían los años finales de la década de los setenta. El puesto de Paca era como un cuartucho de casapuerta y mostrador raído, tan sin ventanales y tan oscuro como la sombra de un borrón, en el que la buena anciana -pelo cano entretejido en un roete redondo como un asombro de nieve- siempre saludaba con su simpaticona voz rota, de tonalidad grave y dicción lenta, como emergida a regañadientes de los hondones de un ser remoto. Paca, que regentaba su tienda de desavíos, era de estatura menuda y físico encorvado. La piel arrugada como los pliegues de toda incertidumbre. Ojos diminutos en su creciente ceguera y unas manos muy articuladas y huesudas, tal hubiesen sido esculpidas por Luis Ortega Bru.
Los dedos de las manos de Paca tenían cierto revuelo centrípeto para anotar sobre el papel de estraza los precios de los productos solicitados por estos niños que cada mañana llegaban de la calle Valientes. De la calle Valientes a la calle Morenos -arteria aorta del barrio de San Pedro-. El conjunto musical ‘La guardia’ -tan omnipresente en la adolescencia de quien suscribe- afamó un tema titulado ‘Mil calles llevan hacia ti’. Para yo regresar a la patria del hombre que soy -y que según Rilke es la infancia- no necesito tomar la prueba del laberinto de las mil calles. Me basta con recorrer el acerado de la nostalgia -como un veedor de yermas secuencias- y retornar de sopetón a la calle Morenos del barrio de San Pedro de los años setenta y primeros ochenta. A fin de cuentas la memoria es la prerrogativa inmune de lo cotidiano.
Morenos no sólo era un atajo entre las calles Bizcocheros y Arcos sino un céntrico núcleo social de familias completas que crecían en el latido salubre de la bondad, la honradez y la hospitalidad. Con niños jugueteando en el despertar de la vida. La calle Morenos era también todo un vecindario, tiritando de ilusión, revestido de túnica morada y capa y antifaz blanco -¡qué de chiquillos penitentes!- en noche de Viernes Santo cuando la cofradía de todos, la cofradía del barrio, la de la Virgen de Loreto con avioncito de plata que pende de la muñeca de la Madre de Dios, encaraba los últimos tramos del itinerario de recogida con Manuel Mesa -‘Manolito el del Huerto’- irrumpiendo a pie de paso con el invitador grito de “Oeeeto, uaaapa”.
Era la calle Morenos, sí, del puesto de Paca, pero también del obrador de ‘La Holandesa’, del Hostal San Andrés, de Pepe Loreto, la Pepurri, los Trinidad, los Delgado, los Vázquez, los Barberá, los Morales Más, de Pepe Guerra y familia, de los Berraquero, de Joaquín Martínez Castejón… La calle Morenos -que ya figuraba en acta de 15 de febrero de 1576 y debe su atribución a sus primeros residentes así apellidados- hoy es titular periodístico porque sus contados vecinos denuncian una peligrosísima inseguridad al instalarse grupos menores de edad en sus muchas casas abandonadas. Grupos que cada noche forman distintos disturbios. ¿La calle ha pasado de la algarabía infantil a la bronca y la violencia? ¡Morenos: quién te ha visto y quién te ve! Y es que será que la despoblación del centro de la ciudad ya no nos deja ni recordar en paz. En la paz serena de aquel corazón viejo de Paca, la del puesto del pan, la leche y los dos Phoskitos.