Jerez: Buen Fin, Juan Jacinto y Paco Antonio



Marco A. Velo – Jerez íntimo – Diario de Jerez

Alfa: Como la demarcación (benevolente) de toda Gracia. Como el dictamen (sin restricciones) de la belleza materna. Como la materia (germinativa) del mismo útero del amor (que nada engríe, que nada perturba). Como la equidad de un poema sin verso. Como la pulsación de una letanía con textura de nácar. Como la suavidad (nunca caediza) que fermenta el crédito de la Fe. Así, acaso transferida de plegarias, pisó este pasado sábado -estrenando asfalto- las calles de Jerez la Virgen del Buen Fin. Y su presencia –el Señor es con Ella- fue como una comunal contraofensiva a la descreencia de esta sociedad ahora ducha en el oficio del doble rasero, la estolidez del confort y los drenajes del egoísmo. La Virgen del Buen Fin, que tallara las manos del virtuoso ángel custodio Luis Álvarez Duarte, anduvo sobre la ciudad como así han de formalizarse las pautas divinas: a pies juntillas. ¡Qué derroche de elegancia, qué elegante cadencia, qué cadente proclividad… a la serenidad del yo! Y cómo recodamos entonces, talmente ahora, a Pepe Ristori, Rafael Navarro, Joaquín Baro, Rufino Pedrosa, Juan Luis Moya, Antonio Iborra, Antonio Algada… A Rodrigo Daza. A Francisco Almagro Castro. Y a José Cádiz Salvatierra. La Hermandad de la Lanzada antepone la obra -que es fruto- al ruido del me, mí, conmigo. Existe criterio -que es timbre mudo del buen gusto- en sus oficiales. Yo ahora rezo a la naturaleza inmaculada de la Virgen del Buen Fin. Y lo hago al dictado poético de Juan Ramón Jiménez: “hasta que mi mitad de luz se cierre con mi mitad de sombra”.

Beta: Puse pies en polvorosa pero Andrés ni por ésas. Hice lo física y metafísicamente posible pero ni hablar del peluquín. No llegué ni a tiempo ni a destiempo a la toma de posesión de mi amigo y hermano Juan Jacinto del Castillo Espinosa como párroco de Fátima. Cada cual es cada quien y su circunstancia, todos tan orteguianos en este convulso y estresado siglo XXI. No hubo manera: una reunión que se alargó como la elasticidad de los chicles antiguos. El contratiempo y el contrarreloj que danzaron, maquinalmente, en mi contra (a secas). El abracadabra del imponderable in extremis. El desmelenamiento de un plan al garete por el desagüe de quienes convierten una exposición de cinco minutos -su uso de la palabra- en el auto sacramental de aquella plática técnico-empresarial cuya extensión provoca bostezos. Pido disculpas en papel prensa a mi apreciado sacerdote. Nunca es tarde si la confesión entona el mea culpa. La prisa es un lobo para el hombre. Como también lo es -lobo estepario- aquel asesor que no cultiva la máxima del “abreviando, que es gerundio”. Dicho sea entre bromas y veras.

Gamma: El tiempo -ese acompañante indómito- no se somete a la Ley de Bases ni a la Ley Marcial ni a las Leyes Fundamentales. El tiempo, como escribiera Baudelaire, tiene el talle estremecido. El tiempo no avanza a velocidad de relámpago: somos nosotros los que, incrédulos, caemos de sopetón por los boquetes de los minutos. Ahora me viene a las mientes una máxima de Seneca que suelo repetir a granel: “No es que tengamos poco tiempo, es que perdemos mucho”. Y entiéndase a todo trance que perder aquí es malgastar. Como el lamento de Shakespeare: “Malgasté el tiempo, ahora el tiempo me malgasta a mí”. Pues bien: se ajusta como anillo (alianza matrimonial) al dedo esta reflexión -la de pensadores clásicos y la de personas actuales que jamás malgastaron el minutero de la formación académica- para felicitar efusivamente a Francisco Antonio García Márquez y a su guapísima mujer Rocío. Han contraído nupcias este fin de semana. Paco Antonio siempre se labró y aún se sigue labrando su prosperidad a base de esfuerzo y sobresfuerzo personal. La vida -pasado, presente y (prometedor) porvenir- le sonríe. Lo dijo Edward Gibbon: “Los vientos y las olas están siempre a favor de los navegantes más capacitados”.

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