A Paquirri por Amilibia

Cuelgo un post en directísimo. Acaba de comenzar en Tele 5 el programa especial que la conocida cadena dedica al veinticinco aniversario de la muerte de Paquirri. Una propuesta televisiva que no traiciona la memoria del maestro de Barbate. Testimonios inéditos, esclarecimientos, diferenciación de las voces y los ecos, poderío de la nostalgia, remembranza a puerta gayola. Me agrada sobremanera la presencia del periodista todoterreno Jesús María Amilibia. Los jóvenes cronistas en ciernes deben recuperar la trayectoria profesional de Amilibia. Escritor de raza y reportero de mil batallas. Hombre dado a las letras del cotilleo y a la magnitud de la veracidad. Prosa suelta y directa, tonal y rítmica. Este pasado verano he leído de pe a pa uno de sus libros más descollantes: la biografía de Emilio Romero (otro periodista que tampoco fue manco). Sigo atento a la solvencia de este homenaje televisivo. Charla, ahora, Jaime Peñafiel… La propuesta promete.
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La canción como carta de naturaleza

Editorial del espacio radiofónico ‘Café de París’ – Viernes 25 de septiembre

Estimados oyentes de la Cadena COPE. Ha estado –canta cantando- en Jerez. Y se dejó la piel encima del escenario. Y lo hizo además combinando un amplio repertorio de sus propias melodías con la confesión pública de su biografía musical. Claudia Marán asombra a propios y extraños. Sorprende, sí. Cuando explica directamente el germen de su vocación artística y cuando, guitarra en mano, desabrocha el silencio con temas de ensueño. La cantautora, de tan sólo veintitrés años de edad, habla de sus fuentes musicales, de sus autores predilectos –The Beatles, Juanes, Jarabe de Palo, Julieta Venegas, Joaquín Sabina- y de la ilusión que la mueve para hacerse un hueco dentro del siempre difícil panorama musical español. Inclusive adelanta la posibilidad –o, por mejor decir, la probabilidad- de la inminente grabación de un disco. Claudia usa la música para expresarse. Sobre todo para expresarse. Las respuestas que otorga a la vida, al día a día, siempre toma naturaleza de canción. Sus temas son sintagmas de rebeldía. Canción protesta. Canción duplicada de sinceridad. Letras que hablan de la hipocresía, del amor, del desamor, del aborto, del desencanto, del sentido positivo de las cosas. Letras que parecen mojadas en el tintero del corazón. Claudia, cuando escribe, cuando aboceta frases, cuando extrapola sentimientos encima del papel, recalca la definición de una sensibilidad. Posee además –por derecho propio y por don del cielo- la singularidad de la voz. Ella que, además, pretende encarnarse en la voz de los sin voz. En la voz, sí, de los sin voz. Ella es… Acordes, recuerdos de un coro de colegio, malos momentos superados en la creación musical, la evolución como artista, la madurez como persona. Esta cantautora, esta trovadora, dará mucho que hablar. Porque cantar, cantar, lo que se dice cantar, ya lo hace divinamente.
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Claudia Marán en Jerez

La librería Hojas de Bohemia, el Hotel Palacio Garvey y la Escuela de Hostelería de Jerez celebran esta noche una nueva convocatoria del ciclo ‘Tu vida en mi voz’. Será la joven cantautora gaditana Claudia Marán quien ofrezca un recital de sus mejores temas. Este acto, que comenzará a las 21’00 horas, tendrá lugar en el salón de actos de la Escuela de Hostelería (Parque Empresarial). Claudia Marán es una cantautora vocacional. Compone todos sus temas y los interpreta escenificando con el prodigio de su voz cada letra, cada temática, cada mensaje. Una guitarra le basta para pulsar la creación y la recreación de sus mundos nunca imaginarios. Posiblemente en este matiz radique la virtud compositora de Claudia Marán: en la interpretación de la realidad desde una óptica netamente sentimental. Sus canciones contienen además el obsequio premeditado de la moraleja, de la enseñanza de la experiencia personal, de la óptica positiva de toda vivencia. Esta gaditana de veintitrés años enseguida captó el destino de su trayectoria vital: la música. Cuando cantaba –lo hizo durante once años- en el coro de su colegio de religiosas de El Puerto de Santa María ya presintió la llamada interior de esta vocación fulgurante. A partir de entonces, y ya adentrada en la etapa de la adolescencia, construyó su universo particular abrazada a la guitarra. Posee un don especial para la escritura de temas candentes a pie de calle. Hoy martes, en la Escuela de Hostelería, dará fe de ello.
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‘La tribu’ de los ‘Gordos’

Sección ‘Recomendaciones’ del espacio radiofónico ‘Café de París’ emitido este pasado viernes 18 de septiembre – Cadena COPE

A vuela pluma y a vuela memoria lanzo tres recomendaciones para este fin de semana. Primero: Os invito a que descubramos juntos la mensajería de fondo de la película Gordos. Este servidor vuestro la visionará mañana sábado. Porque me ha llegado de buena tinta –en labios y criterios del catedrático de la Facultad de Comunicación de Sevilla Rafael Utrera- que esta película está muy bien rodada, evidencia seriedad en su argumento y frescura en la narración. Alguna razón debe asistir al bueno de Rafael cuando ha sido seleccionada por la Academia como representante española para los Óscars. Segundo: Un libro: el titulado Memoria de un preso. El testimonio más reciente y más crujiente de Mario Conde. La prosa que evoca una supervivencia entre rejas. El dolor por la muerte de su mujer, el punto sobre la i, la recreación y la digresión. Escrita con la serenidad de quien superó el Rubicón de todos los trances. Tercero: Un blog. El del periodista, articulista y opinante de ABC Antonio García Barbeíto. Una delicia para consumarla y consumirle en ratos de lectura. Responde al título de La tribu y en su cajón de sastre encontramos mucha sensatez, mucha sagacidad y mucha poesía en prosa. Un regalo –impar y sin par- de la blogosfera. Nada más, oyentes. Peguen dos sorbos al café de la evasión. Mejor sacarina que azúcar. Mejor amistad que trifulca. Mejor debate que alboroto. Hasta la semana que viene, si el Parnaso de los Elegidos así lo quiere.
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Dragolandia

Editorial del espacio radiofónico ‘Café de París’ – Viernes 18 septiembre

Estimados oyentes de la Cadena COPE: No debemos fruncir el entrecejo ni lanzar venablos por la boca. La televisión está tomando rumbos de simetría. Entre tanto detritus maloliente –entre tanta basura de zapping a contrapelo de una programación fútil, huera y hueca- encontramos -¡oh rara avis!- alguna pica en Flandes con formato innovador y altamente didáctico. Pues sí: estáis oyendo al pie de la letra. Sucedía que en la televisión de la contraespaña abundaba la revisión del contraejemplo. Los guionistas de la caja tonta andaban papando moscas, rascándose plácidamente la tripa, contemplando a discreción las musarañas o iniciando un proceso de regresión a la mansedumbre de los simios.

Sin embargo arriban buenas nuevas en esta ancha Castilla del libro de los gustos. Del gusto de los espectadores, naturalmente. Como el mío no está pintado de blanco, sino escrito y muy escrito con letras cursivas, pues parto una lanza –a la cervantina cortada- a favor de alguna determinada y determinante propuesta televisiva: por ejemplo el sedicente y recurrente Dragolandia en Telemadrid. No me duelen prendas evidenciar –de nuevo- mi dragomanía: ese laberinto de viajes, de amor, de prosa barroca, de confesiones sin confusiones, de opulencias sintácticas, de registros en libertad, de aventuras y de desventuras. Dragolandia nos la promete muy felices: disidencias e incluso insolencias, erudición, poesía, denuncia sin pelos en la lengua y una generosa porción de periodismo cultural.

Este domingo comienza el invento, el viaducto, la pasarela de las Buenas Letras. Telemadrid apuesta por la vanguardia de la tradición: una paradoja ignota, una inventiva racial y la invectiva –con ce- marcial. La tele, insisto, a veces nos regala un diamante en bruto. Nuestra inteligencia sabrá pulir esta joya que ahora nace con hambre de respeto y con hambruna de (buena) educación.
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De duendes, cielos encapotados, Sevilla y Joaquín Romero Murube

Hoy confluyen en este post –como dos vectores que convergen en un mismo punto de encuentro- la silueta de rictus áspero y prosa florida, rítmica, nada reverencial con los poderes establecidos y muy devocional con el patrimonio inmaterial de su Sevilla natal –Sevilla de cielos perdidos y Sevilla de anagrama de versos encendidos- de Joaquín Romero Murube. Tan eminente poeta –periodista a fuer de escritor- me interesa sobremanera. Este verano he leído dos libros de su cosecha. Y enseguida he llegado a una instantánea conclusión: Romero Murube es como Triana: un espejo de agua que se refleja en el río de la vida. La lectura de sus artículos periodísticos me provoca –pese a la hacendosa queja de su pluma –una paz ultraterrena. Ultramundana. Imagino a Joaquín Romero sentado a la sombra de una mesa de escritorio con ventanal a la luz jamás impía de la collación de San Lorenzo. En una Sevilla de andar por casa y de andar por sus callejuelas revestidas de casticismo, sublimidad, retórica, Fe y años cincuenta. Cada párrafo es un ajuste de cuentas con la modernidad que destruye lo clásico y un ajuste de consonantes en el soneto de la prensa diaria. Cualquier vehemente columnista de nuestros días abordaría sus protestas (urbanísticas) con brama de toros en celo. Sin embargo este cofrade de la Soledad del Sábado Santo hería sin rasgar el papel. Mantuvo incólume –como un Romeo de chaqueta en la imperturbabilidad arquitectónica del Alcázar- una relación de amor/odio con la niña de sus ojos: Sevilla. Muchacha de gracia y cera ardiente a la que se entregó sin remilgos ni bisuterías sentimentalistas. El autor de Discurso de la mentira pudo alcanzar la gloria nacional de haber optado por los Madriles. Pero eligió la territorialidad de la cuna. Ayer estuve en la capital hispalense almorzando con el pintor y gestor cultural Pepe Yáñez (exquisita carta la de Casa Robles) y posteriormente tomando café en el Hotel Macarena con el Catedrático de la Facultad de Comunicación Rafael Utrera Macías –el máximo especialista en cine andaluz-. Con ambos por cuestiones de proyectos/cierres empresariales/culturales. Paseando de regreso por una Sevilla que despide quedamente las agresivas jornadas de sol, la fulgente jugarreta de la canícula, planté de nuevo la retina frente a la casa de Joaquín Romero Murube (a dos pasos del Señor del Gran Poder y de la Virgen Pálida que antecede al sudario de una cruz en el epílogo majestuoso de cada Sábado Santo). Y de nuevo fotografié la inscripción en mármol de su vigencia nunca marchita. Sevilla ha perdido los cielos de no pocas de sus gloriosas tradiciones pero mantiene invariable el acento de musical poesía de este escritor sujetado en volandas por los ángeles del recuerdo, por las musas de la prosa celestial y por los duendes del genio y del ingenio de la Madre Literatura.
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El plantón de Amaia Salamanca

Amaia Salamanca –a más de un trío de compañeros de reparto de la teleserie Sin tetas no hay paraíso- dedicó un morrocotudo plantón este pasado sábado a Jordi González en el plató de La Noria. Uno de los desaparecidos en combate responde ahora al apelativo de El Gato. Se trata del sustituto de El Duque. Dos productos prefabricados para el borreguil movimiento de las masas. ¿Cómo pueden caer nuestras quinceañeras en la engañifa de diseño de los programadores, guionistas y empresarios de la pasión juvenil? ¿Verdaderamente resulta tan sencillo en nuestra España –inveterada e invertebrada, insisto- engendrar héroes guaperas como banderín de enganche para delirantes índices de audiencia, fervores desorbitados y estrellas de contraejemplos? Puedo jurar por lo más sagrado que, al tenor de los azares de las distracciones de mis particulares lances cotidianos, nunca he visto ni de pasada un capítulo de la altisonante serie de marras. Después de la espantada de los actores o actorcillos -¡ustedes juzguen!- al requerimiento promocional de Jordi González (al fin y al cabo trabajan en la misma cadena), no me arrepiento un ápice de mi desapego –a partir de hoy súbito e irrevocable- de esta propuesta televisiva basada preferentemente en músculos de engreimiento, en bellezas de altanería y posturitas de figurines adosados. Amaia Salamanca no asistió a La Noria por descatalogarla de su altura artística: ella sólo comparte escenario con programas de glamour y alto copete. La chica va sobrada de porte, seducción de falsilla y gaitas de nadería. Acaba de aterrizar en las autopistas del éxito y ya mira por encima del hombro al cobrador del peaje. Para mí que Tele 5 debía propinarla/les a Salamanca y todos los ausentes de La Noria un castigo de tomo y lomo. De boquitas pintadas sabrán mucho pero de corporativismo y de marketing de empresa… cero patatero. Grotesco.
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Charlas en sociedad cofradiera

Durante el mediodía de hoy sábado he echado un ratillo de tertulia y confraternidad en la sede de la Escuela de Hostelería de Jerez, una entidad que ha brindado la gentileza de ofrecer el catering (propio de Las Vides) de la presentación oficial del pregonero de la Semana Santa de Jerez 2010 (a la sazón José Gallardo Quirós, hijo del grandísimo poeta –castizo de pro y cofrade de prez y orador de paz Antonio Gallardo Molina). La rueda de prensa de presentación del pregonero ha tenido lugar en la biblioteca de la misma Escuela de Hostelería. Allí arriba y allá abajo –en el hall donde se desarrolló el aperitivo- compartí charla con infinidad de entrañables amigos. Por ejemplo con Miguel Perea Montes (nuestros respectivos padres pusieron a dos de sus flamantes hijos los nombres de Miguel Ángel y Marco Antonio), Kiko Abuín (interesándose por la actualidad de nuestra Hermandad de las Cinco Llagas), Juan Antonio Sánchez Galindo (intercambio de correos electrónicos al punto), Andrés Cañadas Salguero (la heroicidad de aquellos rocieros de los primeros años treinta y el anecdotario sociológico de la evolución de su queridísima Hermandad de las Angustias), Juan Mateos Portillo (siempre presto a los aspectos técnicos de los actos del Consejo), Manuel Muñoz Natera (feliz por la exitosa convocatoria al efecto), Manolo Marín (compañero y colega), Paco Aleu (sagaces comentarios los suyos no exentos, además, de la picaresca de la doble lectura: un tipo inteligente), Javier Lucena (fiesta de inicio de curso en la Albarizuela), Paco Toro (la Hermandad de Santa Marta en la cercanía sevillana de una ejemplar estación de penitencia), Manuel Montenegro (simpatía que regresa al órgano directivo de su misma experiencia), Ana María Salas (a la que conozco como la palma de mi mano), Francis Castell (magnificencia de tarde de cofradías en un cortejo de esplendor bajo la Buena Muerte de la Muy Mariana Ciudad de Sevilla), Paco Garrido (siempre caballeroso y siempre con unas tortas Inés Rosales pendientes entre el café que nunca tomamos), el padre Felipe (un genio de cercanías), Juan Jacinto (con pulseras de modernidad como las mías y como Dios manda), José Luis Zarzana (afortunadamente recuperado de su asustadizo pasaje rociero), Antonio Gallardo (negra la camisa y blanca la sonrisa), David Fernández (director del Diario de Jerez y periodista de raza), José Luis Sánchez (relaciones públicas y Montblanc enganchada al bolsillo)… Y Mauricio Daza y Ángel Heredia Barea y Luis Morión… Omito otros nombres propios. Por olvido indeterminado y por descuido improcedente. Ya flotarán a tiempo del recuerdo. Suerte al pregonero, descendiente de una estirpe de volutas líricas y poética de ensueño. Levanto por su ventura mi copa de jerezanía.
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Un escritor con toda la barba

Editorial del espacio radiofónico Café de París

Estimados oyentes de la Cadena COPE: Hoy, como anticipada despedida de la programación provincial de verano, me arremango los machos de la reflexión personal para transmitiros un ramillete de recomendaciones culturales. Siempre con la lectura como telón de fondo. Siempre con las letras como faldón explicativo. Siempre con la escritura como baluarte de un contagio más o menos público.

En primer lugar suscribo a vuelapluma una petición: rompamos el tópico que enlaza y entrelaza el mayor índice de lectura con el periplo vacacional veraniego. Y no porque abogue por la mengua de la presencia de libros bajo la sombrilla de la canícula sino porque insto al apego de la siempre variopinta República de las Letras durante el resto de las estaciones del año. Al igual que una golondrina no hace verano, el reconfortante Universo de Gutenberg necesita de la continuidad –sostenida y sostenible- de nuestra tendencia y de nuestra proclividad al mágicamente revelador mundo de los libros.

Apéguense a la prosa de los escritores de relumbrón y apaguen por las bravas –de un tiro en el cogote y a quemarropa- la televisión: la caja tonta anda últimamente con el paso cambiado, a trasmano de cualquier ensoñada derivación didáctica, de cualquier intercambio instructivo, de cualquier programa de autor. Pero autor de sesgo propio y de sello propicio. Y dicho esto… pasemos correlativamente a sendos tratamientos, señalamientos y alumbramientos literarios.

Estando un servidor de ustedes culebreando –y metiendo el pecho de hoz y coz- en los estantes de la librería de El Corte Inglés sita en la madrileña Puerta del Sol, me topé de bruces, frente por frente, con un volumen de tomazo y lomo, con un libro tan trascendente como escasamente trascendido (al menos desde la parrilla noticiosa de las adamantinas novedades librescas). Una joya pulida y pulimentada. Me refiero a la compilación minuciosamente fechada y reglada –con entradas y salidas, con salidas y entradas- de toda la correspondencia de banda ancha que mantuvo Camilo José Cela con trece intelectuales entonces en el exilio.

Esta relación epistolar –que suma casi mil cartas- la mantuvo el Nobel gallego con María Zambrano, Rafael Alberti, Américo Castro, Fernando Arrabal, Jorge Guillén, Max Aub, Emilio Prados, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre, León Felipe, Corpus Barga, Francisco Ayala y Ramón J. Sénder. La idea germinal, originaria, de esta feliz iniciativa parte del anterior editor de Destino, Joaquim Palau, quien gestionó fructíferamente un acuerdo con la Fundación Iria Flavia, poseedora a la postre de todas estas misivas.

Según ha explicado Eduardo Chamorro, prologuista y estudioso de la presente obra, "en el proceso de selección se decidió dejar fuera aquellas cartas que, aunque tuvieran su corresponsal en el exilio no dijeran nada de importancia sobre el exilio como categoría (…) Aquí aparece el Cela fundador y director de los Papeles de Son Armadans, y la justificación de las cartas es el intento del propio Cela de reincorporar a todo el exilio a la cultura española, porque entiende que es ahí donde tienen que estar los escritores y escritoras y da por supuesto que si no fuera así sería una catástrofe para la cultura española”.

Recomendable monumento a la España de otro tiempo que, empero, justifica y enraíza nuestros orígenes –que no aborígenes- sedimentos de la Madre Literatura. La copiosidad y la sinceridad laten sin arritmias en este acompasado millar de páginas. Pues informados quedan, queridos oyentes. La temporada 2009/2010 arranca con bulle bulle de movimientos, acertijos, novelas, poesía pura y televisión impura. Todos nos debemos el bálsamo de la lectura. Porque los ríos de la escritura ajena dan a la mar de nuestra conciencia. Y nuestra conciencia a veces se queja de su falta de aperturismo. Sed razonablemente jubilosos y la próxima semana os emplazo a un café vienés en esta parisina terraza del parnaso de las antenas radiofónicas.
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Juan Félix Bellido

Revisionismo sin amortiguadores: traigo a capítulo la actualización de la franja izquierda de este cuaderno de bitácora. Añado a la lista de mis blogs preferidos el rubricado –con ADN de metódica sabiduría- por Juan Félix Bellido, magister et amicus, compañero, colega contertulio y hombre de veras esciente. Jamás se recluyó Juan Félix en la neblina de la inconsciencia: su proclividad a la balsámica naturalización de los libros –como un cónsul ecuánime de la hodierna República de las Letras- siempre le otorgó la clarividencia de los ínclitos siete sabios de Grecia. Juan Félix es un desalado amante de los libros como objeto de culto y como elemento inoculador de conocimiento. Como sustancia fetiche. Hallamos la rara avis de un lector con criterio propio: un militante de la Edad Media que ha revidado, reavivado, visado y revisado los títulos de la actualidad literaria ejerciendo –ajeno al azacaneo del compadreo o la connivencia subrepticia- la crítica a pie de página, al pie de la letra y al pie de la actualidad. Su herramienta de trabajo, el leit motiv y el modus operandi de su oficio –insistimos erre que erre- es el libro. De modo que se enrola, se alista y se inscribe en las fluencias y en las afluencias e inclusive en las confluencias de las editoriales, el periodismo intelectual, los pros y los contras de la (sacrificial y encomiable) tarea de los libreros, la gestión cultural… Entre el microcosmos del despacho de su domicilio particular y el macrocosmos del mercado de novedades literarias, entre la singularidad y la universalidad, permanece la palabra juiciosa de Juan Félix Bellido: un periodista dado a la lectura que no juega en los tableros del relativismo. Su blog exige el campanazo de este post.
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Una providencia unísona

Existen decisiones ajenas que enseguida hacemos nuestras por razones de advenimiento/asentimiento. Hoy el Consejo Local de la Unión de Hermandades ha proclamado una providencia unísona: la imagen del Señor de las Tres Caídas presidirá el acto del Vía-Crucis de las Hermandades. Esta cita con la devoción multitudinaria acontecerá –según marca el minutero de la tradición- el primer lunes de Cuaresma. Categoría por doquier y magnificencia a mansalva. Me viene a las mientes, instantáneamente, el marchamo periodístico acuñado por Manolo Liaño: el Señor del mujerío. También, cómo no, los arbitrios de la memoria de nuevo rescatada: mi abuelo materno posando ante Ramón Chaveli mientras hacía las veces de modelo de manos y pies para la inminente talla de un Jesús caído a la sazón encargado al barbudo escultor valenciano por los cofrades de la Hermandad de los Dolores. Mi abuelo Diego, de sonrisa pegadiza, corpulento, hombre de Fe. Corrían por las venas del Jerez de la posguerra los primeros años cuarenta. Igualmente se abre ante mí –como los mares del acceso a la Tierra Prometida- toda una catarata de insistencias secretas que susurran melodías de plegarias con nombres anónimos. Cada lunes por la collación de San Lucas. Y rememoro a Giménez –aquel Hermano Mayor de apellido escrito con ge-, Abollo, Gutiérrez, Casas… Hermanos de la gloria de un cielo aterciopelado de túnicas negras y Miércoles Santos de silente racheado. Todo volverá a suceder el próximo primer lunes de Cuaresma. Nuestro ferviente y esciente agradecimiento al Consejo. Y a la Hermandad organizadora. No corren buenos tiempos para la lírica. Menos todavía para los trasvases de la genuina grandeza de la creencia cristiana. Una convocatoria de semejantes características coadyuvará al recobro y a la reivindicación de antiguas esencias nunca marchitadas.
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Ándense con ojo

No me negarán vuecencias que el parecido es cuanto menos razonable. No yerren en las previsiones: no me he extrapolado en el tiempo ni tampoco me he traspapelado en la máquina de la retrospección del calendario. Tampoco saludé de tú a tú a Miguel de la Cuadra Salcedo ni -¡qué más quisiera yo!- parloteé con don Camilo de la garra de oso y pluma de arabesca prosa (heráldica descendiente de los Cela Trulock) ni tampoco anduve de parranda (chupito va, risotada viene) con el peloncete guaperas Bruce Willis. Me consta que asusta la naturaleza clown de esta realidad física (díganmelo a mí, que rocé de cerca la dermis de sus estaturas y disparé a quemarropa las fotografías aquí lucientes). Incluso alguno respiraba a pecho rítmico. Es lo que tiene el Museo de Cera de Recoletos (Madrid): experimentas de través la sensacional, sensitiva y sensorial presencia de los ilustres afamados. Inclusive los difuntos con ribetes de leyendas míticas regresan por sus fueros a los escenarios cotidianos de su habitualidad. Ándense con ojo: en la plaza de Toros de la historiografía taurina de la España de siempre puede cornearle un morlaco de mil demonios. Dense por enterados.
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Sin secretos ni diarios

Juro por lo que usía quiera que había previsto retomar el pulso diario –o casi- de mi blog, de este acristalado cuaderno de bitácora, con un álgido repaso cinematográfico. He visto mucho cine durante estas vacaciones que ya van tocando a retreta. También recuperé el hábito alimenticio de la lectura (las letras alimentan el estómago de la evasión) a lo largo de las semanas precedentes. En las anotaciones de temas pendientes saltaba, como un saltimbanqui de celuloide, las referencias escritas de películas como La piscina -¡menuda madurez interpretativa de Romy Schneider!-, A ciegas, Falsas apariencias –filme que disfruté a la altura de Córdoba-, La mujer de al lado, La ciudad de la ignorancia o la fatídica y paranoide (aunque versátil de maestría escénica) Anticristo. Ya abordaremos la película titulada Anticristo, ya. Pero el lector disculpará la digresión, la intromisión, la interpolación: esta misma noche he quedado estupefacto después del minutaje de la teleserie que acaba de estrenar Antena 3: 90-60-90. Diario secreto de una adolescente. No revisto ninguna duda: comienzo a descreer del valor ético de la televisión según los tiempos vigentes. La serie de marras retrata el ideario de unas adolescentes protagonistas –catalogadas además como heroínas implícitas de la narración- que, contando ambas la liviana edad de dieciséis primaveras, meten en sus sábanas hombres de cuarenta, apuestan por la belleza del físico enflaquecido, ridiculizan la opinión de sus señores padres e incluso incitan a la hermana de una ellas a la escucha y a la imitación de los calzados taconazos, los sujetadores de pasarela y el cénit de un ligoteo sin miramientos. Defiendo la tesis de la libertad unipersonal: que cada cual haga de la capa de su vida íntima un sayo con pespuntes de felicidad. Pero la televisión proyecta una funcionalidad bien diferente: retratar la realidad estructurando creativamente el trasfondo de un mensaje enriquecedoramente social. Lo contrario antepone el índice de audiencia y la tergiversada manufacturación de nuestra juventud en salarios de interferencias educativas. No me tengo por mojigato ni por pacato espectador. Pero no acabo de entender el sentido didáctico de este diario secreto de una adolescente sin diario y sin secretos. Por cierto, otra perla de la serie recae en el retrato terminal de todo profesional que alcance la treintena: a partir de dicha edad -¡oh, paparrucha!- cualquier bicho viviente caerá en el periodo vital de una condición de inservibles anónimos. ¡Háyase visto!
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De mi viaje a Madrid. La tarde que llegué al Café Gijón. Viajar es atravesar parajes psicológicos y espirituales. Monumentalidad de experiencias iluminadas. Tío Pepe en la Puerta del Sol. Las entrevistas de José Luis Gutiérrez. Cuartel general en la Gran Vía.

Para mí que he saldado antiguas cuentas pendientes con los Madriles. Ignoro cuántos kilómetros cargué en las perneras. Bien trasegados están. Hemos visitado –por dentro, previo pago de la entrada, y con fijación minimalista, con atención de miniaturista- el Museo del Prado, el Museo Thyseen, el Museo Medieval, el Museo y el césped (¡ah dios Di Stéfano y altísimo don SB!) del Estadio Santiago Bernabéu –menudo tour, menuda conservación documental y patrimonial, menudo marketing sin mentirijillas del sentimiento madridista-, la Casa Museo Lope de Vega, el Museo de Cera, el museo de la Biblioteca Nacional, la sede de la Real Academia Española, el Congreso de los Diputados, el Gran Café de Gijón… Y el cine Capitol, el edificio Metrópolis, el Parque de El Retiro, la iglesia de los Jerónimos, la Basílica del Cristo de Medinaceli, el Hotel Palace, el Hotel Ritz, el Teatro Fernando Fernán Gómez, la Plaza del Callao, el Banco de España, la Puerta del Sol, el Instituto Cervantes, el edificio de la Asociación de la Prensa, la Real Academia de las Bellas Artes, las Torres de Colón, el Paseo de la Castellana, la Puerta de Alcalá, la Plaza de España, el archiconocido edificio de Telefónica, la Cibeles, los monumentos a Colón, Velázquez, Goya o Cervantes, infinidad de Ministerios (de Agricultura, de Igualdad, de Economía, de Educación…), Atocha, el Paseo de Recoletos, etcétera, etcétera.

Guardo en las faltriqueras de la memoria mi viaje a Madrid. ¡Que me quiten lo bailado bajo el estallido de luz de la sinfonía borbónica de nuestra capital de España! Llegué suelto de piernas, diluido en la calma chicha de la entonces incipientes vacaciones –saboreando con incisiva delectación las jornadas sanluqueñas que aún retozaban (como danzarinas de aceite virgen) en la referencia de mis retinas-. Conocía la ciudad palmo a palmo a pesar de nuestra virginal relación: los libros, las libras y las libranzas ya me anticiparon –literaria y mayestáticamente- la abrumadora épica de una monumentalidad de Historia, plano desplegable y esa agigantada arquitectura ministerial capaz de menguar la distancia de los cielos. Digámoslo en la jerga cheli de los escritores ultramodernos: me lo he pasado bomba. Cuatro días exprimidos hasta la hinchazón de sus últimas fábulas epilogales. La suerte, los horarios, la causalidad y las sincronías –además de una climatología tornasoladamente favorable- corrieron a nuestro favor. Como epígonos fraternizados de las propias circunstancias. Con plaza de mando, con cuartel general, con parada y fonda, con habitación reservada en el Hotel Tryp de la Gran Vía. Así da gusto, qué caramba.

Mi cámara digital fue arrojando sus centenares de instantáneas al disco duro del ordenador portátil cuando la madrugada todavía murmuraba hálitos de vida calle abajo. Apenas cuatro mudas de ropa, la espalda provista de su mundología a cuestas, la congregación imaginaria de las lecturas juveniles en ristre (especialmente aquel libro revelador titulado La noche que llegué al Café Gijón) y toda la reactivación de la esponja de los sentidos abiertas de par en par a la caminata de cuanta curiosidad manaba por los poros de la piel de este cultureta impenitente.

Madrid también son recuerdos de mi infancia. Imaginería de la retrospección del tiempo. ¿O acaso no he regresado por mis fueros, mientras visitaba la Biblioteca Nacional, a los sábados matutinos de la calle Valientes –últimos años setenta y principios de los ochenta- cuando en voz de Rosa León sonaba la melodía –transitable melodía- de Luis Eduardo Aute proclamando que todo, todo, todo está en los libros y, en efecto, tal que así se disponía a demostrárnoslo Fernando Sánchez Dragó en aquellas emisiones -¡oh donoso escrutinio!- tan arrebatadamente literarias?

¿No he retornado –insisto- a las páginas (crujientes de pensiones, de prosa al galope, de descripciones de facción y no de ficción) del mentado La noche de llegué al Café Gijón (libro de memorandos muy bien plumeados por Francisco Umbral) precisamente cuando –sabedor yo de la galería del mítico y místico anecdotario, de la galería de los personajes ilustres y ilustrados, de la humareda de embrujo y heredad poética, de la novelística de la realidad casposa y bullente de la posguerra e incluso prorrogable hasta mediados de los sesenta que habitó e incluso cohabitó en tamaño templo de las letras españolas- he entrado por vez primera en el sanctasanctórum de mi imaginario y de mi almario literario?
Entonces, verbalizándome de abstracciones, rememoré casi al dedillo aquel primer párrafo de la obra en cuestión: “La primera noche que llegué al Café Gijón puede que fuese una noche de sábado. Había humo, tertulias, un nudo de gente en pie, entre la barra y las mesas, que no podía moverse en ninguna dirección, y algunas caras vagamente conocidas, famosas, populares, a las que en aquel momento no supe poner nombre. Podían ser viejas actrices, podían ser prestigiosos homosexuales, podían ser cualquier cosa. Yo había llegado a Madrid para dar una lectura de cuentos en el aula pequeña del Ateneo, traído por José Hierro, y encontré, no sé cómo, un hueco en uno de los sofás. Toda una vida (o eso me parecía) leyendo cosas sobre el Café Gijón, allá en provincias, y ahora estaba yo aquí, y además venía a leer unos cuentos en el Ateneo (y con el secreto propósito de quedarme), o sea que era un viaje literario, y me hubiera gustado que cualquiera de aquellas caras conocidas o desconocidas me preguntase qué hacía yo por Madrid para responder con desgana y énfasis: Ya ve usted, que mañana doy una lectura en el Ateneo. Pero nadie me preguntó nada, claro”. Umbral forever.
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A cuentagotas –rítmica e incesantemente, como el rayo de la vivencia que no cesa- iré soltando por estos lares algunas fotografías de las ochocientas -¡ochocientas!- que disparé a diestro y siniestro y sin reparo de ninguna índole. Por cierto: también, in situ, cayó el obsequio de un libro que me entró por ojos y de cuyo presumible contenido me enamoré a bote pronto (flechazo en negro sobre blanco): Gente rara. Conversaciones y semblanzas del periodista todoterreno José Luis Gutiérrez. Con prólogo del sabueso de la inteligencia del papel prensa Martín Prieto. El libro figuraba –una mañana iluminada de agosto- en los escaparates de la librería de El Corte Inglés de la Puerta del Sol. Supongo que alguna indirecta tabarra –entre susurros de lenguaje tácito- transmití a Esperanza para que, a las vueltas de las caminatas de la jornada, nos adentráramos de nuevo en el lugar de los hechos para salir minutos después (ambos más contentos que un niño con zapatos nuevos aunque yo fuera el único beneficiado de la compra) mientras ya ojeábamos la cantidad de personajes entrevistados en el tocho de páginas recién adquiridas: Juan Luis Cebrián, Pedro J. Ramírez, Luis María Anson, José A. Zarzalejos, Miguel Delibes, Francisco Umbral, Pio Moa, L. Eduardo Aute, Ramón Tamames, José Luis Rodríguez Zapatero, José María Aznar, Elena Ochoa, Fernando Sánchez Dragó, Pío Caro Baroja y así hasta un total de cincuenta personalidades del mundo de la cultura, la política, la sociedad.
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Viene a cuento: Fernando Sánchez Dragó afirma con rotundidad –y yo abono con genuflexiones esta aseveración- que “viajar no consiste en pasar de un sitio a otro. Esto es desplazarse, trasladarse, trasplantarse, mudarse, qué se yo… O sí lo sé: eso es turismo (¡qué asco!). Viajar consiste en atravesar cosas, casos, parajes, ciudades, mares, mundos, galaxias, personas, dioses, y quien carece de esa sensación, que además de física es, sobre todo, psicológica, no está viajando. Lo que cuenta en los viajes no es tanto la longitud del trayecto cuanto la duración del lapso del tiempo dedicado a recorrerlo”. En esto andaba yo cavilando cuando vi de cerca los molinos cervantinos de La Mancha.
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